8 de marzo: visibilizar y dignificar el trabajo de las empleadas de hogar
Llega el 8 de marzo y es necesario recordar que el trabajo de la mujer siempre ha estado ligado a la precariedad, si bien esta realidad es aún más sangrante cuando hablamos de las empleadas de hogar pues se trata de un sector precario incluso en tiempos de bonanza económica.
Maura Rodrigo Alacalá, Secretaria General de CGT/LKN-Nafarroa.
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Y cuando decimos precario, estamos hablando de
trabajo mal retribuido, desregularizado e históricamente despojado de todos los
derechos que hemos tenido las trabajadoras por cuenta ajena.
Hay muchos factores que han contribuido, y que aún contribuyen a que se dé esta
realidad. Para empezar, la sociedad estratificada en la que nos desenvolvemos. Este
capitalismo que nos segmenta, nos divide, y decide que las personas ocupemos un
espacio diferente en el entramado social en función de la actividad laboral que
desempeñamos. Y que esa actividad laboral vaya acompañada de unos ingresos
económicos y un prestigio social diferentes, siempre en función del lugar que
ocupemos en la pirámide del éxito profesional.
El lugar que ocupan las mujeres en esta pirámide, siempre va a estar por debajo del
que ocupan los hombres que hacen las mismas funciones. Y cuanto más se escala en
esa pirámide, la presencia de mujeres es menor. Evidentemente, ni somos más tontas
ni estamos peor preparadas, es el papel que nos ha tocado en este sistema capitalista
patriarcal que clasifica, segmenta y decide qué espacio debemos ocupar cada una.
Sigamos imaginando la organización social y económica como una pirámide. En la
cúspide estarían los altos directivos, empresarios, financieros, … nada es tan
importante como fabricar dinero, especular y dirigir. La base de la pirámide estaría
formada por la mano de obra no especializada, las mujeres que trabajan en los
servicios y en el mundo de los cuidados.
Y no es casualidad que use el masculino cuando hable de directivos y el femenino
cuando hablo de mujeres que trabajan en los servicios, el uso del género responde a la
realidad que se da mayoritariamente en los diferentes sectores.
En la escala más baja del entramado social, no podía ser de otra manera, está el sector
feminizado y precarizado por excelencia; las empleadas de hogar.
Será casualidad que el sector de menos prestigio social sea el que desempeña los
trabajos asignados socialmente a nuestro género?: Lavar, limpiar, cocinar, planchar,
ordenar, cuidar de nuestras criaturas, de nuestros ancianos, … Claro que no es
casualidad, al fin y al cabo estamos hablando de algo que ni tan siquiera tiene el
calificativo de trabajo, son “las labores del hogar”.
Tener una empleada de hogar es el único artículo de lujo que se paga a precio de
saldo, tan a precio de saldo, que ya no es algo que se dé solo en los barrios altos: por
un módico precio parejas con unos ingresos medios se pueden permitir emplear en su
casa a una mujer para que les “ayude” en el mantenimiento del hogar. ¿Para qué
gastar energías en pelearse la corresponsabilidad en los cuidados y los trabajos
domésticos, en reivindicar leyes de dependencia justas u horarios de trabajo que
faciliten la conciliación familiar?, siempre hay soluciones más fáciles.
Claro que se ha “humanizado” el trato a nuestras empleadas. Les damos confianza, no
candamos la puerta de la nevera, igual hasta les hacemos un regalo el día de su
cumpleaños. En el mejor de los casos, les podemos dar de alta en la Seguridad Social
en un régimen especial por el que se cotiza en función de las horas trabajadas,
pagando por cada hora según una “tabla de precios recomendada”, así como suena.
Tal como suena, no hay salario mínimo/hora establecido, lo que existen son
recomendaciones, …
Lo cierto es que la mayoría de este colectivo no cotiza a la seguridad social, si
necesitan trabajar, se ven obligadas a aceptar el precio que ponga quien les emplea,
las vacaciones pagadas en estas condiciones son una quimera y sus cotizaciones no
generan derecho al paro. Están en una situación de especial vulnerabilidad puesto que
las negociaciones de sus condiciones laborales se hacen directamente entre el
empleador y la empleada, desde un punto de partida que para nada está al mismo
nivel, y por si todo esto fuera poco, la disgregación de este colectivo, el hecho de que
existan tantos centros de trabajo como empleadas, dificulta seriamente su
organización.
Es nuestra labor como mujeres, como feministas, visibilizar este sector tanto como
podamos, y apoyar a aquellas organizaciones, que con mayor o menor dificultad han
echado a andar.
Y es nuestra obligación, cuestionar a quien en nuestro entorno hace uso de este
trabajo en este estado de precariedad.