Historia y método analógico

2014-ko irailak 2

¡Admirable la preocupación por hacer de la ciencia histórica una disciplina libre de condicionantes; particularmente de quienes la consideran instrumento de sus oponentes dialécticos para deformar la perspectiva  correcta de la realidad; pecado  del que acusan a tendencias historiográficas contrarias a las propias! Al considerar las reflexiones de Fernando Molina en Historia y nación: subordinación equívoca (Diario de Noticias.16.8), no puedo sino concluir en lo razonable de las mismas. No obstante, pienso, por mi parte, que pueden explicar muchas situaciones, o no ser aplicables en ningún caso. En definitiva no dejan de ser unas analogías y la analogía por si misma no lleva a conclusiones.

La historia constituye una disciplina, la más cuestionable por la complejidad del objeto que examina y, en mayor medida, por los intereses a los que sirve. Afirmación esta de carácter positivo, al exigir del historiador ser consciente de los compromisos que él mismo tiene en la investigación y del subjetivismo -porque el mismo historiador es sujeto- con que contempla la materia; aunque no sea sino en la elección de los elementos que integran su relato. La mayor de las estulticias que puede tener lugar en este terreno es la autoproclamación de la objetividad de este relato y de la imparcialidad con que se ha procedido en su ejecución. No hay razón para el desencanto, siempre que no se pretenda otra cosa que contribuir a la objetividad, dejando la puerta abierta a las aportaciones ajenas y hasta a las contrarias.

Gerard Noiriel (1996) reconoce sin ambages que el conjunto de la Universidad está dirigido a la justificación del Estado. ¿Y cuál es la función de la historia? Se entiende el afán de los medios académicos dedicados a las denominadas ciencias humanas por entrar en los terrenos y seguir métodos de elaboración que sigan los pasos de las ciencias de la naturaleza, en las que los aspectos objetivos se presentan más asequibles. Todo investigador se encuentra obligado a perseguir estos fines y únicamente cabe calificar de intelectualmente deshonesto, o con prejuicios, a quien se reclame libre de condicionantes. Desde esta perspectiva no es razonable que determinados medios académicos pretendan atribuirse condiciones de modelo; es más cierta esta afirmación en un terreno tan escabroso como el de la historia. En definitiva toda colectividad y grupo humano tiene un referente histórico que contribuye a su cohesión y utiliza como justificación de su proyecto de grupo y realidad colectiva. La historia ante todo es explicación.

La intelectualidad española -al igual que otras, aunque tal vez con métodos más bruscos- ha practicado y practica la depuración de modelos y selección de pensadores. Ni Fernando Molina, ni ningún otro, son justos cuando descalifican a autores que insisten en revisar relatos históricos oficiales o mayoritarios. Que este hecho parezca denunciar a quienes ocupan puestos en el cursus honorum de los claustros del Alma mater… ¡Cada uno será consciente en mayor o menor medida de sus méritos! En todo caso será el debate quien ponga a cada cual en su sitio.

Por lo que respecta al hecho nacional, aspecto que suelen destacar determinadas corrientes historiográficas desde fuera de la institución, tampoco parece razonable descalificarlo de la forma en que se ha hecho habitual desde los círculos oficiales. Se ha convertido en un lugar común, que parece no exigir mayor argumentación, afirmar rotundamente que la realidad nacional es creación de la cultura moderna. Ahora va a ser cierto que el afán por conocer el pasado, remoto o más cercano, no responde a un interés de concretar un relato que proporcione cohesión a las naciones actuales. Dejaremos, desde luego, que los seres humanos del pasado se hayan sentido solidarios entre sí, desde una perspectiva que respondía a su propio interés. Aceptaremos que la expresión de lo que sea una nación -colectividad con un interés inmediato en una organización autónoma- ha experimentado modificaciones diversas y se ha llegado a expresar de manera variada. No obstante no hay razón para que un colectivo nacional contemporáneo no pueda sentirse identificado con otro histórico del que ha podido recibir la parte más importante de su idiosincrasia y patrimonio. La solidaridad de una colectividad en tanto que grupo diferenciado es un hecho universal en el tiempo y en el espacio, frente a la hostilidad de otra colectividad semejante, o mediante la identificación en elementos culturales específicos que aseguran al individuo y cohesionan al grupo. Son estos factores básicos en la configuración de lo que se denomina nación, no inventados en ningún caso por los Estados-Nación modernos, que se han limitado a redefinirlos con una perspectiva de exclusión frente a quienes reclaman proyectos de Nación y Estado diferentes. Entre estos deben incluirse a las naciones que los actuales Estados pretenden absorber, u otros congéneres rivales.
Molina carece de razón para descalificar a quienes elaboran historia desde la perspectiva de la nación navarra como Estado de los vascos. ¿No existe acaso un hilo conductor entre los antiguos vascones y los planteamientos del soberanismo navarro actual? No se propugna en ningún caso que la citada perspectiva se halla manifestado como un bloque cerrado y sin fracturas, únicamente la perduración de elementos a través del proceso histórico que hacen comprensible la realidad actual. En todo caso es obligado afirmar con rotundidad las vinculaciones de la realidad presente con el pasado. Recordaré a Molina a este propósito a sus colegas de Universidad Álvarez Junco, Fontana y Villares, cuando se sienten en la obligación de presentar una nueva Historia de España (Crítica/Marcial Pons). Es aquí en donde queda en evidencia la finalidad nacional que encierra toda empresa histórica y en este caso con el condicionante de responder a un proyecto de nación respaldado por la realidad estatal concreta de España y refractario a los proyectos nacionales de Navarra y Cataluña. Quienes tienen mayor obligación de ser cuidadosos con los prejuicios nacionalistas son aquellos que afirman: …nos ancêtres les gaulois…, al modo de Lavisse, o inician la Historia de España con el visigodo Ataulfo.

 

Gehiago