Yo fui un agresor
Soy un hombre blanco, joven y heterosexual que estudió en el modelo D. Fui un militante político, una persona pública y referente en mi entorno. Un entorno de compromiso político y social. En ese entorno desarrollaba mi vida social hasta que un día fui señalado como agresor. Ese día mi vida cambió completamente.
Unai González (nombre ficticio)
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Pasé de ser un referente a asumir mi responsabilidad y entrar en un profundo proceso feminista. Alejarme de ese entorno y centrarme al 100% en mí fue el primer paso.
Una de las razones por las cuales he decidido escribir este artículo es para dar visibilidad a la experiencia del agresor. Creo que la mayoría de las personas que lean este artículo será la primera vez que piensen en cual es el “otro” punto de vista. Me parece importante poner encima de la mesa un relato como este, así, poder hacer un análisis más exacto de las realidades que se viven después de una agresión en el movimiento popular. Con esto no quiero poner en valor mi actitud en torno al proceso ni blanquear lo que hice, sino hacer ver que este tipo de procesos son posibles. No solo posibles sino necesarios. Esto solo es mi experiencia, lo que yo he vivido, lo que yo he querido o me he atrevido a contar. Me gustaría firmar este artículo con mi nombre pero no lo voy a hacer. Creo que mucha gente no es capaz de gestionar esa información con racionalidad y por ahora no está preparada para esto. Por mi propia experiencia, se que cuando alguien se entera de mi caso empieza a verme como era hace diez años y no como soy ahora. Lo cual no tiene sentido después de un proceso tan largo. Además, si lo firmase, no habría tenido el valor para tratar ciertos temas y mi opinión acerca de ellos. Prefiero no ponerme en el foco y cuidarme.
Echando una mirada atrás recuerdo como fue el principio, el momento de enterarme de mi nueva situación. Recuerdo el día exacto, la hora exacta y el sitio exacto. Recuerdo hasta dónde estaba sentado cada uno de nosotrxs. Sentí como se caía toda una vida, sentí como se caía mi persona, todo se caía a pedazos. Me había convertido en algo en lo que siempre odié. Sentí una decepción inmensa, una sensación única. El miedo se apoderó de mí. La sensación de incertidumbre era muy fuerte, no sabía que pasaría conmigo. Llegué hasta a sentir rechazo de mi mismo. Eso sí, recuerdo muy intensamente el calor y apoyo de lxs colegas en ese momento. Nunca me olvidaré de eso. La propuesta del proceso la abrace fuerte, muy fuerte, no tenía nada más a lo que agarrarme. Pienso que en ese momento habría aceptado cualquier propuesta. Es más, diría que ninguna de las personas involucradas de una manera o de otra sabíamos bien dónde nos metíamos. Pero con el tiempo el proceso se ha ido definiendo y cogiendo un sentido. Ahora estamos dando los últimos pasos, intentado cerrar bien esta historia. Una historia que empezó siendo muy desagradable y puede acabar siendo un ejemplo para todxs.
A nivel personal este proceso tiene un valor incalculable, y no solo hablo de cuestiones de actitud, hablo de un crecimiento personal en todos los aspectos. Es más, creo que todo el mundo debería practicar diferentes ejercicios o técnicas de las que he realizado. Trabajar en la conciencia de mi comportamiento me aportó poder hacer análisis más exactos de muchas situaciones. Así, fui sabiendo identificar más concretamente mis sentimientos y en qué tipo de situaciones aparecían. De esta manera, conseguí ser más consciente del daño causado, mejorando mi capacidad empática. Aun así, creo que el autoconocimiento ha sido la base para poder avanzar en este proceso personal, y más en concreto conocer mi funcionamiento interno. Una vez conseguido (sabiendo que es un ejercicio que no acaba nunca), ha sido más fácil desarrollar y adquirir herramientas para hacer frente a otras situaciones que surgen en el día a día. Todo esto me ha ayudado a mejorar mis relaciones sociales, sobre todo las relaciones sociales con mujeres. Asimismo, a desarrollar proyectos personales que durante la militancia no había sido capaz de desarrollar. Eso fue otra de las cosas más difíciles. Después de abandonar la militancia de un día para otro el vacío que se queda es enorme, los días tenían demasiadas horas y yo estaba perdido, no sabía qué hacer. La militancia me sirvió de aprendizaje en muchos aspectos pero me arrastró a descuidar otros. Yo nunca acostumbré a pensar en mí, en mis problemas, mis carencias. No tenía muchas ilusiones ni proyectos personales a largo plazo más allá de la inercia de la militancia que llenaba las horas de mis días. Era como una vida organizada por semanas.
Un proceso como este consiste en superar una detrás de otra las dificultades que se van presentando en el camino. Unas se superan trabajándolas y otras se superan con el tiempo. Pero en ese tiempo es muy importante estar muy conectado contigo mismo constantemente para darte cuenta de los cambios internos que uno experimenta. Cambiar de vida de un día para otro requiere de las dos. Yo necesité crear una nueva rutina, hacer cosas que antes no hacía, retomar antiguas aficiones. Además de eso, reflexionar mucho sobre lo que había hecho, sobre cómo me sentía, sobre qué tipo de persona quería ser… Y finalmente tiempo para aceptarme a mí mismo, aceptar la situación y aceptar la mochila que iba a llevar de por vida. Necesite tiempo también para darme cuenta de que el camino adecuado era el de trabajar con una persona profesional de la psicología. Yo soy una persona de pensamiento muy racional y sabía perfectamente lo que está bien y lo que está mal. Solo tenía que aprender a controlarme, o eso pensaba en un principio. Entender que los cambios tenían que ser integrales y que tenía que realizar un trabajo muy profundo en mí mismo catapulto mi proceso personal. Pero se volvía a repetir la misma historia. En cuanto daba un paso adelante aparecían nuevas dificultades. Además, el concepto de “el tiempo” perdía importancia en beneficio del trabajo más concreto y la búsqueda de herramientas. En la terapia nos dimos cuenta de que tenía dificultades para identificar sentimientos, incluso me costaba ponerles nombre. El tener un pensamiento tan racional me ayudó a aceptar lo que había hecho mal y a ser consciente de lo que me esperaba. Pero eso me limitó en otros aspectos, sobre todo a la hora de sentir. Era muy rígido, no conseguía entrar dentro de mí, no dejaba fluir ni mi cuerpo y ni mi mente. Y lo más importante; no conseguía conectarlos. Escribir fue la mejor herramienta. Después de aceptarme a mí mismo, aceptar mi nueva situación y nutrirme de herramientas tocaba volver a salir al mundo real. Otra vez nuevas dificultades y nuevos miedos. Me costó volver a recuperar la confianza en mí mismo, a afrontar situaciones de riesgo (juergas, ambiente nocturno…), volver a ligar… Medía mucho a la hora de ligar, llegando a bloquearme. Poco a poco fui recuperando esa naturalidad/espontaneidad, siempre dentro del respeto. A saber donde están los límites mediante automatismos, de manera natural, sin tener que esforzarme especialmente en ello.
Mucha gente podría pensar que me he dedicado a devorar libros feministas, que he buscado una formación mas especifica. Pues para bien o para mal, no ha sido así. Lo que hice es intentar entender el concepto de masculinidad hegemónica y trabajarlo en mi mismo. Es decir, hice un listado de características que forman parte de dicha masculinidad y vi cuales estaban presentes en mi personalidad y cuáles no. Una vez identificadas, trabajarlas para deconstruir mi masculinidad y crear otra. En mi caso el proceso del auto-análisis de mi masculinidad y posterior destrucción fue sencillo. Sencilla por mi personalidad y por el proceso que estaba llevando que facilitaba. Mis carencias eran otras. Pero siempre existe el miedo a una pérdida de identidad y a no sentirte aceptado en ciertos espacios (que son muchos). Porque aun sabiendo que las victimas principales de la masculinidad hegemónica son las mujeres, los hombres también lo somos en menor medida. Muchas veces no podemos mostrarnos sensibles o empáticos, nos vemos forzados a hacer o decir cosas que realmente no queremos, sufrimos abusos de personas más adultas, grandes o fuertes… Un claro ejemplo son las fábricas o grupos de trabajo masculinizados. Las conversaciones acerca de mujeres, chistes… no es nada fácil. Estás forzado a participar en esa conversación o a reírte con ese chiste aunque no lo quieras, es imposible hablar de feminismo ni de masculinidades porque nadie sabe nada de eso. Además, muchas veces tienes que ponerte a su altura y sacar pecho o enseñar los dientes (gritar, ponerte agresivo…) porque si no la gente te chulea y se intenta aprovechar de ti si te muestras sensible y empático, o no te muestras firme y manifiestas dudas. Por ahora, el entorno laboral es de los espacios mas difíciles de gestionar para mi. En definitiva, para deconstruir tu masculinidad hace falta tener mucha voluntad y querer hacerlo de verdad porque es un camino lleno de obstáculos.
Dediqué el tiempo a realizar un trabajo psicológico con el objetivo de llegar a lo más profundo de mis sentimientos. Yo antes podía hablar, debatir y defender posicionamientos feministas. No solo eso, podía pensar y creer en esos posicionamientos. Pero quedó claro que nunca conseguí sentir realmente eso que decía, pensaba y creía. Eso es lo que he aprendido, pensar y actuar en consecuencia. Lo que hemos buscado ha sido que mi “yo” más irracional sea capaz de ser siempre respetuoso. Por ejemplo en juergas, sueños o situaciones extremas que puedan surgir en la vida. Además, entendiendo que es un trabajo de por vida. Hay que tener en cuenta, que durante la vida vamos a tener diferentes estados de ánimo, la estabilidad emocional va cambiando y tenemos que saber adaptarnos a todo tipo de realidades. Esto pasa por utilizar diferentes trucos o herramientas dependiendo de la realidad del momento, además de seguir reciclando nuestro autoconocimiento.
Durante mi proceso he vivido situaciones que al principio me parecían normales, pero con el tiempo me han sembrado dudas. Ha habido gente que cuando el proceso empezó no tenía conocimiento de ello y mi relación con esas personas seguía siendo la misma que antes. Pero cuando se enteraron cambió su actitud hacia mí y a día de hoy algunas de esas personas mantienen esa actitud. Dejaron de hablarme y evitaban incluso un simple saludo al cruzarnos por la calle. Reflexionando acerca de estos acontecimientos me surgieron varias preguntas. ¿Por qué cuando tenía malas actitudes y no sabían de mi proceso me saludaban? ¿Y por qué ahora que tengo buenas actitudes y saben de mi proceso no lo hacen? ¿Qué es lo realmente importante en este caso? A mí me parece una contradicción pero intento ponerme en su lugar y lo entiendo. Las mujeres están hartas de sufrir agresiones. Por lo tanto, al enterase de un caso así, cercano, “de casa”, sienten un gran enfado e indignación además de rechazo. Creo que esto es lo que produce tener esa actitud hacia mí. Este proceso está siendo un aprendizaje para las personas que estamos participando en él, y estos acontecimientos son parte de ese aprendizaje. En todo caso, creo que no es algo exigible. Cada persona tiene sus experiencias y eso marca en la actitud.
Si bien es cierto que pensaba en mujeres a la hora de escribir esto, con los hombres también he vivido situaciones que me han hecho reflexionar. Debatiendo en grupos de personas militantes o personas con una consciencia trabajada y elaborada acerca de las agresiones machistas, me sorprende que el discurso y la posición más extrema sea la de ciertos hombres. Más extrema aun, cuando hay mujeres en ese mismo debate o charla. En esos momentos diría que esos hombres están defendiéndose, diciendo algo así como… “ha sido él, no yo”. Creo que varios de estos hombres pueden ser agresores potenciales, repito, pueden.
Espero que el haber explicado mi experiencia pueda aportar algo. Solo me queda animar a todas las personas denunciar todas las agresiones, a los agresores a asumir su responsabilidad con valentía y los taldes feministas a abrir todas las puertas posibles para que este tipo de procesos sean más numerosos y cada vez de mayor calidad. Cuantos más procesos haya, más experiencia se adquirirá, menos errores se cometerán y más claro estará cual es el camino a seguir. Así, estos procesos serán mas efectivos. Creo que mucha otra gente habría optado por el señalamiento público y habría sido marcado de por vida. Podrían haber desaparecido mis malas actitudes de los espacios populares pero no de otros espacios, lo cual sería difícil de explicar desde una punto de vista feminista.
Después de casi una década, lo único que puedo hacer, es dar las gracias. Al principio del proceso nunca pensé que aprendería tantas cosas y que cambiaría tanto como persona. De los errores y de los momentos difíciles se sacan las lecciones más importantes.
No puedo acabar este artículo sin antes acordarme de toda esa gente que me brindó su apoyo y confío en mí para iniciar un largo, duro y difícil proceso sin fecha ni hoja de ruta clara. Eskerrik asko benetan. También me gustaría destacar la capacidad militante de las personas afectadas y del talde feminista involucradas en el proceso.