8 de marzo imparable en Iruñea
La manifestación de la tarde ha desbordado las previsiones. Ha arrancado en los Golem y seguía entrando gente en la Avenida del Ejército, la próxima Catalina de Foix, donde la marcha avanzaba por las dos direcciones. Ha sido imposible recontar la movilización. El acto de cierre en la Plaza del Castillo ha desembocado en una fiesta.
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La marcha se ha salido de madre. Desde el principio. La cabecera trataba a duras penas de abrirse paso por una calzada atestada de personas. «¡A ver, millenials, abrid paso!», gritaban desde la organización. Grupos de mujeres muy jóvenes pintadas con puños morados en el rostro se han visto sorprendidas por los fotógrados que se abrían paso entre empujones para retratar el banderón que marcaba el inicio de la marcha.
Así ha sido durante unos 600 metros, hasta el Eroski de la Avenida Baiona. El jefe de la VI UIP de la Policía española esperaba allá desesperado, pues no ha sido capaz de controlar dónde arrancaba aquello hasta entonces. Y habían pasado más de 20 minutos.
La Policía ha buscado a las organizadoras para decirles que solo podían transitar por una de las direcciones de la Avenida del Ejército. Pero ha sido imposible controlar aquello. Han avanzado por los dos lados de la mediana. En algún momento, las que feministas que avanzaban por el otro carril han superado a la cabecera, invisibilizada entre tanta gente.
Había cientos de personas aguardando en los laterales de la Avenida del Ejército. Un grupo donde el Edificio Singular y más, donde el Baluarte. Muchas han intentado atajar por Navarro Villoslada, para llegar al destino final de la Plaza del Castillo, otras seguían por la ruta original. Ha sido imposible localizar un punto para un recuento fiable. Para cuando la cola ha arrancado, la manifestación ya tenía vida propia y campaba fuera del recorrido establecido.
Acto en la Plaza del Castillo
«La violencia contra las mujeres es más fuerte para las mujeres con discapacidad», ha subrayado la primera de las oradoras desde el escenario de la Plaza del Castillo. La portavoz ha enumerado las barreras que les impone el patriarcado y ha denunciado a una sociedad que las excluye. Frente a ello ha defendido un feminismo que defienda a todas las mujeres por igual, sin atender a la diversidad funcional.
Los discursos del acto final de la manifestación se han estructurado en función de los bloques en los que se subdividía la protesta: discapacidad, mujer rural, pensionistas, migrantes, presas, LBT y jóvenes.
Las pensionistas han dicho que están hartas de «ser buenas, no somos buenas, somos malas y vamos a ser peores». También han criticado que se les somete a realizar trabajos en negro, de cuidados de dependientes. Las feministas con más experiencia han aprovechado para reclamar pensiones de 1080 euros para las mujeres que no han cotizado y las viudas.
Las mujeres migrantes se han reivindicado como «hijas del maíz, del Sol y la Luna». Han contado que sus historias de exilio están preñadas de «nostalgia y dolor». Además, han apuntado que sus titulaciones no se reconocen y esto les condena a realizar trabajos sin cualificación y centradas en los cuidados. También han denunciado que ellas son víctimas del machismo, pero también de la xenofobia y el racismo.
Portavoces de las mujeres presas han pedido que se tiren las prisiones. Han querido acercar la realidad «cruda» que se vive tras las rejas, en los aislamientos, y los problemas añadidos de la criminalización de la mujer.
Las jóvenes han cargado contra un mercado de trabajo cada vez más precario que no le deja vivir en plenitud. Han estado terriblemente combativas. «Vamos a acabar con el capitalismo, ¡viva la lucha feminista!», han proclamado.
Las lesbianas, bolleras y trans han reivindicado la necesidad de que tomar el centro del espacio político. «Queremos romper los techos de cristal, pero también los suelos de barro y precariedad», han apuntado.
Uno de los mensajes más potentes que se han lanzado es el de la rebeldía que necesita el empoderamiento de la mujer. Se ha puesto en cuestión la «mercantilización del feminismo» y han dejado claro que al feminismo «no se le puede domesticar». Luego ha llegado la música, las consignas, los irrintzis y la Plaza se ha convertido en una fiesta.