El Ejército, el primer soldado de España y el problema de la izquierda estatal
La crisis sanitaria del Coronavirus y el decreto del Estado de Alarma ha dejado en evidencia que los pilares básicos de la ya no tan “joven democracia española” son el Ejército español y su monarquía borbónica, ambas instituciones fieles descendientes del franquismo. Instituciones que se han modernizado y que han evolucionado para adaptarse a los tiempos para continuar obstentando el poder, sin duda, pero que siguen manteniendo los mismos valores y objetivos.
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Ahora vemos al Ejército español desfilando por las calles de Euskal Herria y del resto de territorios del Estado y algunos aplauden con las orejas entusiasmados. Otras izquierdas, no se sabe si con resignación o con “sentimiento tricornio” inconfesable, afirman que ya que están, que echen una mano, no? Que ahora toca arrimar el hombro y que no es momento para diatribas nacionalistas. Y no, no se trata de nacionalismo o defensa de la soberanía. No al menos, sólo de eso. El Ejército está aprovechando esta situación para realizar una exhibición chusquera de efectivos y recursos con el objetivo oculto de que nadie cuestione su altísimo presupuesto y su propia existencia. Y es que en los próximos tiempos se dará un debate que resultará crucial: de dónde se saca el dinero para pagar la factura que ha provocado la crisis. Y la Armada española lo tiene claro: lo nuestro, ni tocar! Por lo tanto, hay que decidir entre bombas u hospitales, soldados o sanitarias, armas o medicinas.
Y algo parecido ocurre con “el primer soldado español”. La monarquía española, totalmente desacreditada por escándolos y corruptelas de todo tipo, está utilizando esta crisis para tratar de lavar su imagen y justificar su permanencia en el tiempo. Como el Ejército, los Borbones se convierten en los garantes de la unidad nacional, y por eso cada vez que alguien los critica, es acusado de antipatriotismo o etarra, como mínimo.
Y en este Estado de Alarma, con el Ejército en las calles y la monarquía en shock y acorralada por su propia ineptitud, la ultraderecha española pide públicamente un golpe de estado camuflado tras el concepto de “Gobierno de Emergencia Nacional” liderado por el Rey Felipe VI. Sería una patochada más si esto lo dijera La Falange, Alianza Nacional o cualquiera de las múltiples siglas de la residual extrema derecha española, y no causaría mayor preocupación. Pero desde hace ya unos años la derecha española viene teniendo una deriva fascista que no sabemos muy bien en qué va a acabar, y hay que tener muy presente que VOX tiene más de 50 diputados en el Congreso español y que ejerce una gran influencia en el PP y Cs.
Y este es el problema al que tiene que hacer frente la izquierda estatal española, que se ve reflejada y que tiene sinceras esperanzas en el gobierno central y en su carácter progresista. Sin duda, la gestión del PSOE y Podemos deja muchos flecos y no satisface, pero tampoco podemos negar que el desastre hubiera sido mayor si al frente del Gobierno español hubiera estado el Trifachito. Sin embargo, el problema en el discurso de la izquierda estatal que trata de convecer al soberanismo vasco, catalán o gallego de que es posible un proyecto federal es que el Estado español es irreformable y que sus pilares básicos son intocables (ni siquiera el PSOE deja investigar al Rey español, y si hace falta, se alinea con VOX, PP y Cs para evitarlo). Da vergüenza ajena ver a partidos y militantes de izquierdas defender la participación del Ejército “en esta guerra” contra el virus; da vergüenza que rehuyan el debate sobre el presupuesto militar para ganar votos en cuartelillos; es una vergüenza que hagan genuflexiones ante la monarquía y alaben sus mensajes navideños. Su gran problema es que tienen que gestionar un estado basado en estas instituciones, mientras que la suerte de los proyectos nacionales emergentes es que no tienen esas mochilas y pueden proponer un futuro basado en la justicia social, sin ejércitos y republicano.