La violencia sobre el cuerpo de las mujeres
Allá en Febrero de 1945 acababa en Europa una de las guerras que más recordaríamos en su posteridad. Meses después finalizaba en Asia también, dando así por terminada la Segunda Guerra Mundial. Los héroes de Guerra podían volver felices a casa, para volver a reunirse con sus amigos, sus familias, y sus esposas.
Maialen Goikoetxea. Tuteran Jai!
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Pero
detrás dejaban una escalofriante cifra de mujeres alemanas violadas -las cifras varían mucho en diversas fuentes,
por lo que no podemos dar una cifra exacta. Si Alemania hubiera ganado la guerra, la situación no hubiera sido
diferente para las mujeres de los países Aliados. Desde los campos de refugiados de las guerras de Oriente Medio
las denuncias de violaciones y violencia a las mujeres se multiplican. Estemos ante la situación que estemos, las
mujeres sufriremos además por el mero hecho de serlo.
Las mujeres somos, sin duda alguna, la cara oculta de la sociedad. Nuestro rol ha quedado
históricamente bien definido y relegado a las sombras: el trabajo reproductivo en concreto y los cuidados en
general. Mientras a las mujeres se nos arrincona en los cuidados y la satisfacción de lo que demandan otros, a los
hombres se les sitúa en la provisión y defensa del hogar; la sociedad obliga, de este modo, a cumplir roles
dependiendo de nuestro sexo-género. En el caso de las mujeres nuestro rol no es sólo invisible, sino que junto a
esto, también se ha invisibilizado la violencia ejercida hacia nosotras. Se ha invisibilizado tanto nuestro trabajo
como nuestro sufrimiento, y desde luego, no ha sido de manera azarosa o arbitraria, sino todo lo contrario: se nos
ha condenado en pos de un bien mayor para la sociedad, siempre entendida ésta, por supuesto, como
exclusivamente masculina. A nuestro entender aquí reside el mayor problema para que la sociedad avance hacia
la igualdad. Reivindicamos una igualdad universal, es decir, igualdad sin importar sexo, género, sexualidad, raza o
nivel adquisitivo.
Si bien es cierto que nuestra situación es mejor que la de nuestras abuelas, las bases de esta sociedad
siguen siendo las mismas. Aunque las mujeres estemos cada vez más integradas en ella, aunque cada vez
estemos más empoderadas, seguiremos arrastrando siempre este lastre, a saber: que la sociedad está
estructuralmente hecha por y para hombres. En tanto que los roles son imposiciones afectan tanto a hombres
como a mujeres, sin embargo, en la forma de relacionarnos con el mundo afecta sobre todo a las mujeres: el
mundo se presenta hostil ante nosotras.
Entendida una vida digna como una vida que puede desarrollarse en toda su plenitud, cualquier acto que
se interponga en tal desarrollo es un acto propiamente de violencia. Nuestra sociedad está diseñada de tal manera
que las mujeres nos encontramos constantemente ante esta situación. Ya no sólo hablamos de las terroríficas
cifras de las violencias físicas (El Ministerio del Interior recogía en los últimos años, a fecha de octubre del 2017,
5.338 víctimas por violencia de género sólamente en Hegoalde). Hablamos de vidas prediseñadas. Quedamos
relegadas siempre a segundo plano, nuestra voz vale menos, nuestros logros son menos reconocidos. Una mujer
plena en esta sociedad machista significa una mujer que se sacrifica o bien para que algún hombre pueda
desarrollar su vida en plenitud, o bien al cuidado de cualquiera de los miembros de la unidad familiar. Ser una
mujer en esta sociedad machista significa ser una ciudadana invisible.
Decíamos que nuestra situación no es la misma que la de nuestras abuelas, y es que por parte de ciertas
instituciones y de medios de comunicación se están dando pasos en la visibilización de la violencia hacia las
mujeres. Ahora bien, es total y absolutamente escasa la denuncia hacia el modelo que perpetúa esa violencia.
Como ilustración de esto tenemos que en los últimos tiempos no ha cesado la violencia, aunque se hayan
multiplicado los Institutos de la mujer, los Planes de igualdad y las leyes que dicen proteger a la mujer. ”Dicen”
porque es bien sabido que, muchas veces no es así, ejemplo de ello tenemos la reciente sentencia a “La manada”,
una violación múltiple que ha sido considerada por la Justicia como abuso sexual.
Que gobiernos e instituciones implementen medidas en pos de la igualdad es necesario, pero es también
manifiestamente insuficiente. Sólo una lucha que se cuestione y erosione el actual modelo heteropatriarcal puede
acabar con las mútiples opresiones que atraviesan el cuerpo de las mujeres.