El castigo patriarcal no protege a las mujeres
Reflexiones al hilo de algunos discursos sobre la respuesta a las agresiones sexuales en San Fermines.
Paz Francés miembro de Salhaketa Nafarroa y Diana Restrepo miembro del Colectivo Contra el Castigo.
2016-ko uztailak 19
Decir que el poder punitivo es un poder claramente patriarcal es casi una perogrullada. En
primer lugar, porque todos los sistemas que configuran la cultura hegemónica actual son
patriarcales, pues el patriarcado no sólo es un sistema total sino además global. En segundo
lugar, porque es precisamente el poder punitivo (y la cultura del castigo que le subyace) el
núcleo fundamental de la cultura occidental hoy dominante en casi todo el planeta. El
patriarcado es una forma de violencia cultural y estructural, lo cual es evidente en
innumerables ejemplos, uno de ellos las agresiones sexuales a mujeres. Sin embargo, es
precisamente también desde esa cultura violenta desde donde se ha construido un sistema de
castigo cada vez más perfeccionado por parte del Estado: el Derecho penal y sus instituciones.
Es decir, es en el sistema patriarcal en el que se entiende el modelo de justicia penal que
tenemos y no es casual que sea así porque es consecuencia del primero y está construido a su
imagen y semejanza.
Brevemente podemos afirmar que son dos los rasgos comunes generales que unen al poder
punitivo y al poder patriarcal. El primer punto de encuentro estaría en su relación con el
capitalismo y el segundo en el control mediante el miedo (a la fuerza, a la pena, al infierno etc)
Pero además hay otros rasgos más precisos entre el patriarcado y el sistema penal. Estos son,
sin detenernos en desarrollarlos: el desprecio por la vida (no sólo de personas, sino también de
animales, plantas…), la generación de siervas (víctimas, incapaces, infantilizadas), la utilización
amañada de las ciencias, el interés en la ruptura de los lazos de solidaridad, el fundamento en
la lógica dualista (hombre-mujer/buen@s- mal@s/criminales-no criminales), la relación entre
el concepto culpa de la punición y el concepto “eres mía” del patriarcado…
En fin, estos son sólo algunos de los muchos rasgos comunes que se pueden identificar entre el
poder punitivo y el poder patriarcal porque lo que en verdad se quiere trasmitir es que este
hecho no puede pasar desapercibido para los feminismos. Quienes confían en el recurso al
sistema penal (o incluso piden reformas tendentes a su endurecimiento y una reducción de las
garantías) tal y como hoy está pensado y configurado, no se percatan de que esto implica un
riesgo que para nosotras es claro: la perpetuación y consolidación de uno de los elementos
sustentadores más importantes del patriarcado: el poder y el derecho de castigar.
Tomar consciencia de esto no es una empresa sencilla porque como ya se ha escrito por
relevantes feministas la dominación propia del patriarcado está hecha para parecer un rasgo
de vida. En definitiva, estamos hechas de orden patriarcal. Es más, de toda la literatura
feminista al respecto solo una mujer se ha atrevido de forma clara a formular esa relación desde la necesidad de la abolición de las prisiones: Angela Davis.
Somos conscientes de que la violencia contra las mujeres es real y mucho más amplia de lo
que se documenta, y de que las mujeres tenemos que buscar protegernos de ella y hacerle
frente. Sin embargo no es cierto que los sistemas penales actuales sirvan para esto y esta es la
segunda cuestión que no se tiene en consideración. Como ampliamente se sabe la prisión -y en
general el sistema penal- se critica porque no cumple con las funciones que formalmente tiene
otorgadas -entre ellas la de la intimidación y la reinserción- y además puede ser criticada
desde muchas otras perspectivas como son: la falacia de la afectación exclusivamente a la
libertad, la mitificación de las personas que están en prisión, su carácter criminógeno, los
efectos psicosomáticos de la prisión, los fenómenos de la victimización secundaria y terciaria,
etc., olvido de las víctimas, los costes del control en detrimento de otras medidas al delito… y
otras tantas cuestiones que sería imposible mencionar y trabajar en profundidad en este
artículo de opinión pero que están ahí y hacen que la protección a la que nos referíamos no
sea real.
Y aunque se cree firmemente lo anterior, no implica que no pensemos que las mujeres que
hoy sufren violencia patriarcal no puedan y deban usar todos los instrumentos que tengan a su
alcance para defenderse, y esto muchas veces incluirá el consejo de que pongan denuncias,
pidan detenciones, etc., pues desafortunadamente en algunos casos es lo único que el Estado
y la sociedad ofrece. Pero todo ello debería hacerse muy muy conscientes–no tanto por quien
denuncia, como por el resto de la sociedad-, de que es una medida insuficiente, muchas veces
inútil en la práctica y que, sobre todo, no debe hacer perder de vista la ilegitimidad del castigo,
su uso sobretodo –así ha sido históricamente- en contra de las mujeres, y la necesidad urgente
de construir una sociedad no punitiva para precisamente eliminar el patriarcado.
En este sentido, el concepto de castigo nos debe de interpelar a cada una de nosotras y en
colectivo. Desde aquí se plantea la necesidad de sentar las bases para avanzar, desde otros
lugares que no sean el de la dominación y el castigo propios del patriarcado, hacia lugares más
justos. Este debería ser el horizonte si queremos ser coherentes, al menos, quienes vemos en
los feminismos una nueva revolución y aspiramos a tener en cuenta todas las opresiones.
No cuestionar el sistema punitivo, en el que se sostiene precisamente el patriarcado, sino
alentarlo y encontrarnos en las calles pidiendo más castigo, es un error mayúsculo que desde
los feminismos no nos podemos permitir sino queremos reforzar el patriarcado mismo.