¡Retrocedemos!

Pensábamos que los avances estaban consolidados y por ello nos centrábamos en otros aspectos de mejora y que reclaman afrontar con urgencia si de verdad creemos en la sociedad de iguales, en derechos. Más de dos, en la seguridad de su incapacidad de reconocer y discernir este extremo, centrándose en el discurso recurrente de que físicamente no se puede ser igual y por tanto la igualdad no es posible, aplican la doctrina del más fuerte, o mejor sería decir del más violento.

Joseba Santesteban. CGT-LKN Nafarroa.

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Retrocedemos porque en realidad no somos capaces de
escandalizarnos al leer una noticia brutal como la recogida en la prensa
el 5 de marzo y que relataba la agresión que una menor de 15 años había
sufrido por un imbécil de 18 que no es capaz de pensar con la cabeza:
con la que lleva unida por el cuello al torso, justo encima de los
hombros.

Retrocedemos porque en la era del conocimiento hay
más desconocimiento que nunca. Una sociedad que se cree adulta y
cultivada en democracia debiera haber pasado página por haber renegado
del patriarcado, del machismo. Y sin embargo observamos cómo día a día
nuestra juventud domina un repugnante lenguaje machista y sexista que
habitualmente se convierte en actitud, una despreciable actitud. Durante
un encuentro con el colectivo LGTB organizado al calor de la
elaboración de la carta por los Derechos Sociales de Euskal Herria, se
venía a constatar este incuestionable hecho, y como siempre, se ponían
en la mesa diferentes opiniones a la hora de elaborar el diagnóstico,
confluyendo desde la variedad en un punto en común. La educación.

Y es que es clave. Esta sociedad no puede avanzar si
no es capaz de respetar al diferente, tenga la condición que tenga. El
error parte en el mantenimiento del rol que desde las instituciones
religiosas, excesivamente asentadas en el aparato del estado, sostienen
en el modelo de familia, también de sexualidad. Negando la evidencia,
siendo indulgentes con sus casos de pederastia y despreciando incluso la
condición de mujer. Un error del que tampoco escapa quien tiene como
misión la protección desde la aplicación de la Ley, puesto que en la
judicatura existen magistrados y magistradas que desde sus atalayas,
efectúan preguntas degradantes a quienes han sufrido una agresión
sexual, queriendo culpabilizarlas por haber sido violentadas.

Una sociedad que se dice libre,
no puede constituirse ni asentarse desde premisas tan infames como la
no aceptación de la libertad individual, de la negación del derecho
natural a la libre autodeterminación de las personas. Porque eso y no
otra cosa significa la violencia machista instaurada y no, por asumida
socialmente, suficientemente combatida. La erradicación de esta lacra
social pasa por modelos educativos concretos, impulsados y potenciados
desde el sistema público, al objeto de la transformación social radical y
del hecho individual basado en el respeto a la diferencia y al libre
pensamiento.

El 8 de marzo, irremediablemente vuelve a ser una
jornada para la movilización común, porque la lucha feminista es
sinónimo de transformación social. De cambio. Si quedaba mucho camino
por recorrer hay que añadir lo desandado. Esta sociedad no puede
acomodarse en estos criterios tan mezquinos y faltos de empatía. Frente a
las agresiones sexistas, no nos sirven de nada las concentraciones
autocomplacientes a las puertas de las instituciones, promulgadas por
una incapaz clase política, que centra su acción en el ámbito exclusivo
de la “justicia”. Lo que de facto no induce a cambiar nada, puesto que
dicho ámbito está culturalmente contaminado. El camino hay que centrarlo
en la conquista de los espacios de decisión, enarbolando banderas de
solidaridad, de igualdad, promulgando una educación diferente, asentada
en valores de verdadero cambio social. Estábamos en el camino ¿Qué nos
está pasando?

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