Vergüenza de ser europea
A pocos días de la celebración del del Día Mundial contra el Racismo hemos asistido con rabia a una de las mayores demostraciones, oficiales e ignominiosas, de racismo institucional de los últimos tiempos: el pacto Unión Europea-Turquía. Este acuerdo supone la utilización de Turquía para frenar la llegada de las personas que huyen de la zona de Siria.
Marta Pérez Arellano. SOS Racismo Nafarroa.
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Mediante una ecuación perversa, se decide al mismo tiempo “acomodar” en Europa a algunas personas mientras se rechaza a las demás, en una estrategia cuyo único objetivo es “disuadir a la emigración irregular” (es decir, que la gente que huye de la guerra se quede en su casa). La consigna es “que no pase nadie más”, como si de una invasión se tratara y no de personas que migran, escapando de la muerte o por el motivo que sea. Para ello, se están instalado ya campos de detención militarizados desde los que se efectuarán las expulsiones. Demasiado recuerda todo esto a aquellos campos de concentración a los que, entre otras, iban a parar aquellas personas que huían de la guerra civil española.
En el colmo del cinismo, la UE ha instado además a Turquía a que “respete los estándares más elevados en lo que respecta a democracia, estado de derecho y respeto a las libertades fundamentales, incluyendo la libertad de expresión”, en relación a la incorporación de ésta en un futuro como país miembro. Muestra insoportable de hipocresía, cuando la UE se erige hoy como un exponente mundial en el incumplimiento de los derechos más básicos: asilo, refugio, derecho a la vida en condiciones dignas y a la libre circulación. Más aún, cuando cualquiera alcanza a entender que el motivo de que la UE deje en manos de un país no europeo el manejo de estos sucios asuntos, es para no tener que mancharse las manos.
A pesar de la indignación, no podemos decir que nos sorprenda esta medida. La UE lleva años vulnerando sus propias leyes y declaraciones y pagando a Marruecos (y al propio Estado español) para que sean sus perros guardianes y les “controlen la inmigración” proveniente de África. Años manteniendo unas políticas que llevan anualmente a la muerte a miles de personas a las que se les obliga a cruzar las fronteras por medios clandestinos. No nos sorprende nada ya, en un contexto en que el perímetro de esto que llaman Europa se ha convertido en una concertina manchada de sangre y en un mar lleno de cadáveres.
Parafraseando las palabras que Kattalin Miner publicaba recientemente en Berria, si Europa me mata (a mí, tan blanca, tan poseedora de un pasaporte español, tan de clase media) no lo hará probablemente ni de hambre ni de frío,ni tampoco en una concertina. Me matará de vergüenza.
Por eso, para decirles que nos da vergüenza ser europeas, para mostrar muestra repulsa ante este pacto, para declarar que no queremos sus muros, que no queremos sus muertes, que ninguna persona es ilegal, que queremos un mundo donde la gente pueda moverse libremente e instalarse donde quiera, que queremos todos los derechos para todas las personas; salimos el sábado pasado a las calles. Y seguiremos saliendo el tiempo que haga falta.