Tecnofeudalismo
Javier Onieva Larrea
2024-ko abenduak 23
Los dos pilares en los que se asentaba el capitalismo han sido reemplazados: los mercados, por plataformas digitales que son auténticos feudos de las big tech; el beneficio, por la pura extracción de rentas.
Yanis Varoufakis
La clase mediapilas de la gran aldea consumista, ante la cada vez mayor dificultad para derrochar, contaminar y celebrar su artificial estatus, andaba en los últimos tiempos un poco alterada. Tenía que haber un culpable de su continua degradación y ya lo habían encontrado. La causa de todo su infortunio recaía en la clase de los desfavorecidos. Una clase que año a año crecía en número a costa, precisamente, de la clase mediapilas.
Para los mediapilas, los desfavorecidos eran en su mayoría emigrantes, gente venida de otros países que les quitaban su trabajo y consumían los beneficios sociales que les aportaba el estado. Mientras otra clase, los potentados, minoritarios en número, pero mayoritarios, muy mayoritarios, en patrimonio, disfrutaban satisfechos los resultados de su adoctrinamiento a la vez que celebraban la sumisión intelectual a la que tenían sometida a la clase mediapilas.
La gran aldea consumista hacia ochenta años que había pasado una guerra. Una guerra que sumió en la pobreza a la mayoría de la población. Los potentados, a la hora de la reconstrucción, no tuvieron más remedio que contar con los desfavorecidos, para, por un lado, no se constituyeran estos en una fuerza gobernante que les despojara de sus privilegios, y por otro lado para controlar un sistema de gobierno que mantuviera y aumentara su patrimonio y el de sus herederos.
Fruto de esta cooperación durante las primeras décadas, después de la guerra, se creó y asentó la clase mediapilas.
En las décadas siguientes los potentados decidieron que su patrimonio, que hasta entonces mantenía cierta proporción con el nivel de rentas de la clase mediapilas, debía aumentar, decidiendo pasar al sistema económico autodenominado capitalismo democrático, capaz de multiplicar exponencialmente esa diferencia de ingresos y que a la postre sumiría a gran parte de la clase mediapilas en el riesgo de la exclusión social, incrementando notablemente el número de personas en la clase de desfavorecidos.
Las medidas implantadas por los potentados crearon una nueva clase social, los millardarios. Personas cuyo patrimonio superaba los treinta mil millones de la moneda oficial de la gran aldea.
En el momento que apareció el primer millardario la proporción de la población que constituían las diferentes clases se distribuía de la siguiente forma: Veinte por ciento en la clase desfavorecidos. Setenta por ciento en la clase mediapilas y diez por ciento en potentados.
En veinte años los millardarios pasaron a ser setenta personas. Dado que la proporción entre la creación de un millardario y el paso de personas de la clase mediapilas a la clase desfavorecidos era de un punto porcentual menos por cada millardario creado, la clase mediapilas acabó desapareciendo, integrándose todas sus componentes en la clase de desfavorecidos.
Los potentados pasaron a convertirse en lameculos de los millardarios y su misión era controlar y convencer a la clase de desfavorecidos en que vivían en la mejor de las aldeas posibles y sobre todo que gozaban de una libertad plena para desarrollar su vida.
Para tal fin los millardarios proporcionaron a toda la población unos dispositivos electrónicos, controlados totalmente por ellos, generando un estado de bienestar paralelo, privatizado y casi invisible, en el que muchas de las actividades cotidianas fueron subvencionadas por estos millardarios, con el único objeto de obtener todos los datos de la población.
Con ese modelo los millardarios se apoderaron del recurso más valioso del momento (la inteligencia artificial) y el resto de la población no tuvo más remedio que introducirlo en sus actividades a través de las directrices de los millardarios y bajo las condiciones que estos imponían.
Con este sistema el poder real dejó de estar en manos de la clase de potentados, si bien estos siguieron extrayendo beneficios de la clase de desfavorecidos, a través de la mano de obra asalariada, pero dejaron de mandar como antes. Se convirtieron en vasallos de los millardarios mientras el resto de la población tomó la condición de siervos.
En ese momento las organizaciones autodenominadas defensoras de la clase de desfavorecidos, incapaces de hacer frente a la ofensiva de los millardarios y lejos de lograr la unidad necesaria entre los desfavorecidos para hace frente a dicha ofensiva, se afanaban en intentar devolver y mantener a sus afiliados y militantes en la condición de mediapilas.
Mientras los millardarios, desde sus atalayas, sonreían satisfechos.