Nueva normalidad

Aparentemente superada la etapa de máxima “alarma sanitaria”, el foco de atención mediático, social y ciudadano ha quedado centrado en lo que el Gobierno ha decidido llamar “transición hacia la nueva normalidad”.

Irene Otal Larequi

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Que Moncloa haya apostado por utilizar estos términos, y no otros, no es casual. Igual que
tampoco lo fue decidir usar y abusar de un lenguaje descaradamente bélico y de unas puestas en
escena altamente militarizadas al objeto de convencer a la sociedad de que estábamos “en
guerra”. Ese mensaje logró colarse entre parte de la población, provocando un enaltecimiento de
la actuación de las fuerzas policiales, de la vigilancia vecinal, los reproches e incluso los
insultos dirigidos hacia quién creían desleales con el “cometido” general. 

Todo parece indicar que la intención actual es hacernos creer que es posible que todas
retomemos nuestra vida tal y como la dejamos antes de la llegada de esta “crisis” y, sobre todo,
inducirnos a romantizar la idea de esa “normalidad” anterior y ansiemos volver a ella sin
cuestionarla. 

De entre las lecciones que extraemos de esta situación, una de las más reseñables, y positivas, es
que ha logrado evidenciar las carencias que nuestro sistema venía arrastrando cuando de lo que
se trata de proteger es la vida en detrimento del capital. También que los sectores más
precarizados y oprimidos, precisamente por estar sostenidos mayoritariamente por mujeres*,
acaban siendo los únicos importantes e imprescindibles cuando la amenaza se cierne sobre
nuestra existencia. 

En efecto, ahora que la salud pública se ha visto sacudida, ahora que los cuerpos y las vidas se
han impuesto como la prioridad a atender, y aún no habiéndolo hecho de forma igualitaria con
respecto a todas, nos hemos dado de bruces con las incapacidades propias de unas estructuras
apoyadas en el heteropatriarcado y diseñadas por el capital en su propio beneficio y a costa de la
dignidad de la mayoría social. En definitiva, lo que ha desenterrado este contexto es la relación
incompatible del capital con la vida. Algo ya conocido, señalado y denunciado, pero ahora más
que nunca evidenciado. 

Inevitablemente en el centro del debate público se han situado temas que, en aquella normalidad
que ya queda atrás, venían siendo despreciados y estratégicamente relegados a un segundo
plano. Así, se han visibilizado cuestiones tales como los déficits de nuestra sanidad pública, las
nefastas consecuencias de la externalización y privatización de los recursos de atención a los
colectivos más vulnerables, la desprotección de las trabajadoras de hogar y migrantes
despojadas de derechos, la debilidad de una economía doblegada al turismo insostenible y la
precariedad impuesta a las personas desplazadas a los márgenes. ¿Es a esa normalidad a la que
pretenden hacer regresar y a la que tenemos que desear volver? Si es así, no, gracias. 

Por otro lado, la gestión del estado de alarma ha venido acompañada de múltiples
manifestaciones de restricción de derechos y libertades a todos los niveles, de abusos por parte
de empresarios y la patronal, de agudización de situaciones de exclusión social y de gestos
hipócritas e interesados con respecto a ciertos colectivos como las personas migradas. Ello ya
forma parte del escenario actual y, qué duda cabe, entrará a formar parte del de mañana. En esa
“nueva normalidad”, ¿hemos de asumir que todo lo anterior pase a consolidarse de forma
estructural? ¿Es esa “nueva normalidad” a la que nos están haciendo transitar una nueva
realidad diseñada a partir de la suma de la precaria normalidad anterior y los nuevos retrocesos
democráticos, sociales y solidarios que ha provocado el manejo institucional de esta situación?
Si es así, tampoco, gracias. 

 El mensaje que nos trasladan incorpora una trampa clara. Conduce a la ciudadanía a la creencia
de que esta “crisis” sanitaria, y sus consecuencias, tan sólo podrán superarse una vez regresemos
a esa normalidad. Obvian así que no estamos sólo ante una situación de emergencia sanitaria,
sino que la misma ha traído consigo una agudización de la emergencia social que ya
atravesábamos y destapado un sistema incapaz de hacerle frente sin dejar a nadie atrás. 

Una parte considerable de la ciudadanía viene insistiendo en la idea de que no podemos retornar
a la situación anterior, sencillamente porque “la normalidad era problema”. Es el momento de
tejer lazos de resistencia y solidaridad frente a los mensajes seductores y engañosos que tan sólo
encierran una nueva forma de continuar priorizando el capital. Hemos de aprovechar la
oportunidad que provoca el desenmascaramiento de las debilidades y carencias manifestadas
para seguir poniendo sobre la mesa la urgencia de diseñar estructuras atentas a las necesidades
de nuestro planeta, nuestros cuerpos y nuestras vidas. Priorizar los cuidados, potenciar las redes
de solidaridad, blindar y garantizar unos mismos derechos básicos para todas, apostar por la
economía social y ecofeminista, derribar fronteras, entre otras tantas, son tareas ambiciosas pero
que hemos de abordar colectivamente y con premura como alternativa a esa “nueva normalidad”
y como única forma de dignificar, definitivamente, nuestras vidas.

Gehiago