Maternidad subrogada. ¿Derecho o explotación?
“El cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo”. Silvia Federicci, escritora y activista estadounidense.
Eva Aranguren Arsuaga, Leire Morras Aranoa, Sara Larripa Acedo, Ester Korres Bengoetxea y Miren Aranoa Astigarraga.
2017-ko ekainak 17
El debate sobre la maternidad subrogada trae a primera línea esta advertencia
de la feminista norteamericana, ya que plantea un dilema ético e ideológico de
primer orden desde la perspectiva del feminismo y los postulados de la
izquierda.
Resultan cuanto menos sorprendentes los razonamientos con los que la idea
de regular esta práctica se ha colado en el debate público. Por una cuestión
básica: legalizar los vientres de alquiler es dar carta de naturaleza a una nueva
mercantilización y cosificación de la mujer, reduciéndola a organismo gestante
e introduciendo el factor económico en una relación sustanciada en la
afectividad.
En este sentido, es increíble plantear la maternidad subrogada de forma
altruista, es hipócrita hacerlo, porque no se va a corresponder con la realidad,
ya que el coste personal es demasiado alto. El acuerdo se producirá siempre a
cambio de una transacción económica, hay que darlo por sentado. Y es
evidente que los términos en que dicho acuerdo se dé van a estar
condicionadas por el grado de necesidad de la mujer. No nos engañemos, las
mujeres que se presten a hacer de vientres de alquiler estarán en una situación
de necesidad.
Este debate tiene, por tanto, unas implicaciones éticas e ideológicas que hay
que abordar. No puede ventilarse sin analizar las consecuencias físicas y sobre
la salud de la mujer de un proceso de embarazo y un parto. Consecuencias
siempre incómodas y dolorosas, a veces definitivas y ocasionalmente graves. Y
es muy injusto obviar la relación socioeconómica de desigualdad en la que se
sustentan.
Además, seamos claros: esta práctica no responde a ninguna necesidad.
Porque ser padre o madre con los genes propios no es ningún derecho, es en
todo caso un deseo, como bien explica en un video de La Tuerka nuestra
compañera de coalición Irantzu Varela. A diferencia del derecho a una vida
digna, al trabajo, a la vivienda, a crecer en un entorno emocional, familiar y
material adecuado… querer perpetuar los propios genes no es un derecho. En
todo caso es un deseo, que además solo podrán satisfacer las clases sociales
más pudientes. Es más, existen alternativas para ejercer la responsabilidad de
ser padres y madres, como la inseminación o la adopción, sin necesidad de
usar el cuerpo de otra persona.
Ciertamente, en un sistema capitalista todo se puede comprar y vender, pero
ello no significa que debamos aprobar cualquier actividad o negocio. Y es que
hay quien defiende la regulación ateniéndose al principio de realidad (“ya que
existe, regulémoslo”), saltándose todo debate desde el punto de vista ético y
feminista. Pero, ¿Qué la práctica exista le da legitimidad? Nosotras creemos
que no. También existen otras actividades que rechazamos ética y
socialmente, como la pederastia, la explotación sexual, el maltrato, el fraude
fiscal o la corrupción. El principio de realidad no es, por lo tanto, un argumento
a nuestro juicio suficiente.
Desde la izquierda haríamos mejor en ocuparnos en afrontar la situación
precaria de todas esas mujeres que estarían en la otra parte del contrato, las
grandes olvidadas en este debate. Ellas, y las mujeres en general. Por eso
reivindicamos también el análisis feminista de esta cuestión.
Aprobar la maternidad subrogada es ahondar en el esquema de pensamiento
patriarcal y capitalista hegemónico bajo el que vivimos. Se fundamenta en una
visión patrimonial del cuerpo de la mujer, esa misma que tantos problemas nos
está ocasionando en forma de sexismo, violencia de género y desigualdad. No
solo tiene implicaciones desde el punto de vista de la dignidad de la persona, a
la que se reduce a un mero vientre al servicio de terceros, sino que se
desvincula el proceso reproductivo de toda la carga psicológico-emocional que
conlleva y sus afecciones, también emotivas, en la mujer y en el vínculo con el
bebé.
La maternidad subrogada representa otra forma de explotación de la mujer. Se
la convierte en una especie de matrix creadora de nuevos individuos. Por eso
consideramos lamentable que mientras el discurso más utilitarista se abre paso
en algunas mentes de clases acomodadas y se afila el colmillo de los y las
nuevas emprendedoras, la izquierda trivialice este debate, incluso lo aplauda
en algunos casos, bajo la máscara de un esnobismo infantiloide.
Las abajo firmantes decimos un no rotundo a este nuevo intento de colonizar el
cuerpo de la mujer. Cuando el feminismo exigía desvincular la maternidad y la
reproducción de toda voluntad ajena al deseo propio de ser madre, controlado
hasta entonces por el Estado y la Iglesia, lo hacía para reivindicar su derecho a
ser respetada por sí misma y no en función de su rol en la sociedad. Esta
fórmula de maternidad es un salto hacia atrás en esa batalla histórica porque
convierte nuestro cuerpo, otra vez, en un medio de producción, en un bien
patrimonial más que explotar, sometido a las leyes (y condiciones) del
mercado. ¿Qué libertad se ejerce bajo los parámetros de un sistema que
mercantiliza brutalmente nuestros cuerpos e incluso nuestros embarazos?
Lucharemos porque se faciliten los procesos de inseminación y los trámites
para la adopción facilitando las opciones para nuevos modelos de familia, en
esa reivindicación estaremos con vosotras y vosotros. Pero no nos uséis como
recipientes inertes, como meras vasijas al servicio de vuestro capricho de
reproducción genética. Miles de niñas y niños tienen derecho a un padre y a
una madre. Dádselos.
Humanicemos la sociedad, en vez de extender la deshumanización y las
cargas actuales de desigualdad e injusticia social. No admitamos someter a la
mujer al rol de subsidiariedad del que todos los días luchamos por salir.
Debemos combatir todas las formas de explotación de la mujer, y esta es una
más. Porque somos personas, no cuerpos. Olvidar esa dimensión esencial es
rebajarnos a un materialismo extremo, es asumir nuestra cosificación bajo un
capitalismo cuyo límite y frontera, decía Federicci, es el cuerpo de la mujer.