Maternidad subrogada. ¿Derecho o explotación?

“El cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo”. Silvia Federicci, escritora y activista estadounidense.

Eva Aranguren Arsuaga, Leire Morras Aranoa, Sara Larripa Acedo, Ester Korres Bengoetxea y Miren Aranoa Astigarraga.

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El debate sobre la maternidad subrogada trae a primera línea esta advertencia

de la feminista norteamericana, ya que plantea un dilema ético e ideológico de

primer orden desde la perspectiva del feminismo y los postulados de la

izquierda. 

Resultan cuanto menos sorprendentes los razonamientos con los que la idea

de regular esta práctica se ha colado en el debate público. Por una cuestión

básica: legalizar los vientres de alquiler es dar carta de naturaleza a una nueva

mercantilización y cosificación de la mujer, reduciéndola a organismo gestante

e introduciendo el factor económico en una relación sustanciada en la

afectividad. 

En este sentido, es increíble plantear la maternidad subrogada de forma

altruista, es hipócrita hacerlo, porque no se va a corresponder con la realidad,

ya que el coste personal es demasiado alto. El acuerdo se producirá siempre a

cambio de una transacción económica, hay que darlo por sentado. Y es

evidente que los términos en que dicho acuerdo se dé van a estar

condicionadas por el grado de necesidad de la mujer. No nos engañemos, las

mujeres que se presten a hacer de vientres de alquiler estarán en una situación

de necesidad. 

Este debate tiene, por tanto, unas implicaciones éticas e ideológicas que hay

que abordar. No puede ventilarse sin analizar las consecuencias físicas y sobre

la salud de la mujer de un proceso de embarazo y un parto. Consecuencias

siempre incómodas y dolorosas, a veces definitivas y ocasionalmente graves. Y

es muy injusto obviar la relación socioeconómica de desigualdad en la que se

sustentan.

Además, seamos claros: esta práctica no responde a ninguna necesidad.

Porque ser padre o madre con los genes propios no es ningún derecho, es en

todo caso un deseo, como bien explica en un video de La Tuerka nuestra

compañera de coalición Irantzu Varela. A diferencia del derecho a una vida

digna, al trabajo, a la vivienda, a crecer en un entorno emocional, familiar y

material adecuado… querer perpetuar los propios genes no es un derecho. En

todo caso es un deseo, que además solo podrán satisfacer las clases sociales

más pudientes. Es más, existen alternativas para ejercer la responsabilidad de

ser padres y madres, como la inseminación o la adopción, sin necesidad de

usar el cuerpo de otra persona. 

Ciertamente, en un sistema capitalista todo se puede comprar y vender, pero

ello no significa que debamos aprobar cualquier actividad o negocio. Y es que

hay quien defiende la regulación ateniéndose al principio de realidad (“ya que

existe, regulémoslo”), saltándose todo debate desde el punto de vista ético y

feminista. Pero, ¿Qué la práctica exista le da legitimidad? Nosotras creemos

que no. También existen otras actividades que rechazamos ética y

socialmente, como la pederastia, la explotación sexual, el maltrato, el fraude

fiscal o la corrupción. El principio de realidad no es, por lo tanto, un argumento

a nuestro juicio suficiente. 

Desde la izquierda haríamos mejor en ocuparnos en afrontar la situación

precaria de todas esas mujeres que estarían en la otra parte del contrato, las

grandes olvidadas en este debate. Ellas, y las mujeres en general. Por eso

reivindicamos también el análisis feminista de esta cuestión. 

Aprobar la maternidad subrogada es ahondar en el esquema de pensamiento

patriarcal y capitalista hegemónico bajo el que vivimos. Se fundamenta en una

visión patrimonial del cuerpo de la mujer, esa misma que tantos problemas nos

está ocasionando en forma de sexismo, violencia de género y desigualdad. No

solo tiene implicaciones desde el punto de vista de la dignidad de la persona, a

la que se reduce a un mero vientre al servicio de terceros, sino que se

desvincula el proceso reproductivo de toda la carga psicológico-emocional que

conlleva y sus afecciones, también emotivas, en la mujer y en el vínculo con el

bebé. 

La maternidad subrogada representa otra forma de explotación de la mujer. Se

la convierte en una especie de matrix creadora de nuevos individuos. Por eso

consideramos lamentable que mientras el discurso más utilitarista se abre paso

en algunas mentes de clases acomodadas y se afila el colmillo de los y las

nuevas emprendedoras, la izquierda trivialice este debate, incluso lo aplauda

en algunos casos, bajo la máscara de un esnobismo infantiloide. 

Las abajo firmantes decimos un no rotundo a este nuevo intento de colonizar el

cuerpo de la mujer. Cuando el feminismo exigía desvincular la maternidad y la

reproducción de toda voluntad ajena al deseo propio de ser madre, controlado

hasta entonces por el Estado y la Iglesia, lo hacía para reivindicar su derecho a

ser respetada por sí misma y no en función de su rol en la sociedad. Esta

fórmula de maternidad es un salto hacia atrás en esa batalla histórica porque

convierte nuestro cuerpo, otra vez, en un medio de producción, en un bien

patrimonial más que explotar, sometido a las leyes (y condiciones) del

mercado. ¿Qué libertad se ejerce bajo los parámetros de un sistema que

mercantiliza brutalmente nuestros cuerpos e incluso nuestros embarazos? 

Lucharemos porque se faciliten los procesos de inseminación y los trámites

para la adopción facilitando las opciones para nuevos modelos de familia, en

esa reivindicación estaremos con vosotras y vosotros. Pero no nos uséis como

recipientes inertes, como meras vasijas al servicio de vuestro capricho de

reproducción genética. Miles de niñas y niños tienen derecho a un padre y a

una madre. Dádselos. 

Humanicemos la sociedad, en vez de extender la deshumanización y las

cargas actuales de desigualdad e injusticia social. No admitamos someter a la

mujer al rol de subsidiariedad del que todos los días luchamos por salir. 

Debemos combatir todas las formas de explotación de la mujer, y esta es una

más. Porque somos personas, no cuerpos. Olvidar esa dimensión esencial es

rebajarnos a un materialismo extremo, es asumir nuestra cosificación bajo un

capitalismo cuyo límite y frontera, decía Federicci, es el cuerpo de la mujer.