Lo que también hay que decir

Se ve que ningún agente político, social o mediático quiere asumir el difícil e incomodo papel de cuestionar y tensar el discurso del establisment, por el peligro de romper esta burbuja de armonía social que nos envuelve a todas y todos;

Ainhoa Arano. Periodista.

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y sin embargo, el seguimiento exhaustivo de la verdad, la búsqueda de datos veraces y contrastados, la obligación de dar voz a relatos silenciados y, en especial, la labor de denunciar todas las vulneraciones que se puedan dar en situaciones de estrés y crisis social, resultan fundamentales para garantizar las bases democráticas de una sociedad. 

Esta experiencia ha generado en nosotras, como imagino que será el caso de muchos y
muchas de vosotras, una fuerte contradicción entre la responsabilidad ética y una
acción política constructiva; entre la urgencia de la crítica y la denuncia pública, y la
evidente necesidad de la ciudadanía de escuchar una voz amiga, que traslade un
mensaje positivo y de esperanza en una situación llena de dificultades. Pero el
resultado de esta lucha interna entre la ética y la efectividad política es evidente: el fin
no justifica los medios. Es necesario decir y denunciar aquellas cuestiones y acciones
que consideramos inapropiadas, incluso negligentes con las vidas y las libertades, por
mucho que estos sean tiempos difíciles para la crítica; porque precisamente de esta
crisis necesitamos salir aprendidas como sociedad, y no mas ciegas de lo que llegamos. 

Porque toda crisis conlleva una oportunidad de replantearse las cuestiones que no
funcionan y construir creativamente nuevos paradigmas, que nos sirvan para avanzar
hacia los objetivos de mayor justicia social para toda la ciudadanía navarra. También
en este caso. Sabemos que nuestro futuro estará condicionado en muchos aspectos
por las consecuencias de esta pandemia y de su gestión, y que vendrán grandes
cambios en todas las materias: gestión sanitaria y social, seguridad, tecnología,
economía… incluso en aquellos valores que se reforzarán o se empequeñecerán. 

Y en este contexto, podemos incidir para que esos cambios nos hagan avanzar en la
consolidación de un sistema público de calidad y universal, de un sistema de cuidados
que dignifique a todas las personas, de un sistema socialmente justo, más solidario,
sostenible y feminista. Lograr que esta experiencia nos haga, en definitiva, más
humanas. O podemos volver a ser las víctimas perfectas de los intereses de los grandes
poderes fácticos mundiales, como ocurrió tras el 11-S; y que, lamentablemente, el
mundo continue en su deriva hacia una cruel inhumanidad. Y quizá todo esto nos
resulte ahora apocalíptico o conspirativo, pero semanas atrás también era ciencia
ficción imaginar que un virus tuviera a un tercio del planeta confinado en sus hogares. 

Es necesario valorar y cuestionar todo lo que está ocurriendo, y por ello,
primeramente cabe denunciar que bajo el pretexto del Estado de Alarma se está
instaurando un régimen de control militar y social, de levantamiento de fronteras -con

la peligrosidad de que venga acompañado de discursos de odio y racistas-, de opacidad
en las actuaciones gubernamentales, de mal hacer periodístico, de abusos de
autoridad… Y en este punto, hay que reprobar la militarización de la gestión de la crisis
por parte del gobierno español. Aprovechar una crisis sanitaria de esta magnitud, para
traer al Ejército a Navarra, tierra insumisa, mientras se desdeñan recursos propios
como el servicio de Protección Civil y bomberos/as es inaceptable. Este discurso bélico,
de guerras y de violencia, no tiene cabida y es absolutamente imprudente. 

Hay limitaciones que nunca debimos aceptar, entre ellas, la vulneración del derecho a
una muerta digna. No es justificable bajo ningún precepto que miles de personas estén
afrontando las últimas horas de vida en soledad, que a familias enteras se les haya
negado la despedida de sus seres queridos, como parte del proceso de duelo.
Mientras, día a día, observamos interminables colas en supermercados, que la clase
trabajadora se ve forzada a volver al tajo, obligada a producir… y nos damos cuenta de
que en silencio estamos permitiendo la imagen más cruda de un capitalismo atroz. 

Es momento de revisar el sistema de raíz. Esta pandemia está suponiendo una
verdadera prueba de estrés para el sistema sanitario público de Nafarroa, cuyas
personas profesionales, sanitarias y no sanitarias, del ámbito de los cuidados y los
servicios sociales y de los distintos sectores de abastecimiento, hacen frente
exponiéndose en primera persona y resolviendo por sí mismas las carencias del
sistema. Y por ello, consideramos muy grave la falta de claridad en la gestión de los
datos sobre el impacto del virus, sobre su expansión, sobre el número de víctimas
mortales y sobre los medios y recursos disponibles o la implicación efectiva del sistema
privado (clínicas, laboratorios, etc.). La ciudadanía está demostrando una gran
madurez y responsabilidad en el respeto del confinamiento, y tiene derecho a la
verdad, por mandato ético y democrático. Particularmente preocupante es la absoluta
opacidad en torno a la situación que se vive en las residencias de ancianas y ancianos.
Esta crisis sanitaria ha puesto en el punto de mira la privatización y precarización del
modelo de cuidados, y ahora debemos de desarrollar desde lo local nuevos modelos. 

Tal y como sostiene Kierkegard, “la vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero
únicamente puede ser vivida hacia delante”. Todo lo que venga por delante en Navarra
será irremediablemente nuevo y diferente. Lo que se abre en el horizonte es una
oportunidad de crear modelos sociales, económicos y de cuidados mas justos, de dar
también mayor relevancia a la cultura, como vehículo de sabiduría y vital elemento de
aporte creativo. Porque estamos convencidas de que las sociedades locales más
emprendedoras, humanas, arraigadas e ingeniosas, cómo es la navarra, seremos
capaces de generar tras esta crisis un modelo de desarrollo humano sostenible.

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