En recuerdo de Bobby Sands

El 1 de marzo de 1981, Robert «Bobby» Sands comenzaba la huelga de hambre en los Bloques H de Long Kesh, en lo que sería otro capítulo de larga tradición en la cultura irlandesa de lucha contra el invasor mediante el uso del ayuno hasta la muerte.

Mikel Olalde Arce, colaborador en la publicación del libro ¡Recuerda la huelga de hambre! ¡Destruye los Bloques H!

2018-ko maiatzak 5

Bobby y sus camaradas republicanos se embarcaron en la huelga de hambre de 1981, siguiendo los pasos de aquellos republicanos que, despojados de sus derechos y maltratados por un Estado invasor, alo largo de los siglos XIX y XX, solo les quedaba el arma de la huelga de hambre a muerte para intentar revertir su situación en las prisiones británicas. Ese fue el caso, a principios de siglo XX, de Thomas Ashes, alcalde de Derry, quien murió en 1920 como consecuencia de la alimentación forzada, cuando estaba en huelga de hambre; o en la década de los setenta de Frank Stagg y de su camarada Michael Gaughan, ambos oriundos del condado de Mayo, quienes tras ser torturados, fueron dispersados primero a Inglaterra y Michael posteriormente a la isla de Wight, sufriendo ambos condiciones infernales de internamientos, falleciendo Frank en huelga de hambre y Michael a consecuencia de las repetidas huelgas de hambre que tubo que realizar en defensa de sus derechos.

Bobby Sands, aunque resultó elegido con 30.492 votos como parlamentario por la circunscripción de Fermanagh y South Tyrone para el Parlamento Británico, moría tal día como hoy hace 37 años, el 5 de mayo de 1981, después de 66 días sin ingerir alimentos, sin que los gobiernos británico e irlandés intervinieran para evitar semejante final. Firmeza total Y vengativa contra los etiquetados como «terroristas».

En el espacio de cien días aproximadamente, desde ese 5 de mayo hasta el 20 de agosto DE 1981, morirían otros nueve prisioneros republicanos en la misma situación que Bobby. Sus nombres, que han pasado al cuadro de honor del movimiento republicanos de los caídos por la libertad de Irlanda son: Frank Hughes, Raymond McCreesh, Patsy O’Hara, Joe McDonnell, Martin Hurson, Kevin Lynch, Kieran Doherty, Thomas McElwee y Michael Devine. Y me refiero a ellos en presente, porque, a pesar del tiempo trascurrido desde su muerte, están más presentes que nunca en el movimiento republicano irlandés, tanto en la isla como entre los millones de descendientes irlandeses que están diseminados por el mundo. Es una herida que sigue abierta, y que está al mismo nivel que las muertes de Seán Savage, Daniel McCann y Mairéad Farrell, que murieron en una emboscada realizada por agentes del SAS, cuando estaban en Gibraltar desarmados el 6 de marzo de 1988, o la de los firmantes de la declaración de independencia del alzamiento de Pascua de 1916, fusilados por los británicos.

La huelga de hambre de 1981 fue en su momento, y continua siéndolo hoy en día, un capítulo transcendental tanto en la historia irlandesa de los 32 Condados, como en la lucha republicana por la reunificación.

Todo comenzó el 1 de marzo de 1976, cuando el gobierno británico retiró el derecho de los prisioneros republicanos a ser calificados y tratados como prisioneros políticos. Este derecho lo habían ganado en una dura lucha después de la huelga de hambre realizada por los prisioneros republicanos en 1972, y que fue liderada por Billy McKee, que por entonces era el responsable de los presos republicanos en Crumlin Road Gaol, la prisión situada en Belfast.

A pesar de que esta lucha parecía ser una lucha por los derechos «humanos» de los prisioneros, quedaba claro para todas las partes implicadas, que lo que buscaban los prisioneros era continuar en la lucha, en un intento por derrotar la criminalización que estaba sufriendo la lucha republicana por parte de los gobiernos británico e irlandés, con lo que se llamó la política de Ulsterización.

La base de dicha política se resumía en que el problema irlandés debía pasar de ser un problema de colonización a un problema interno entre norirlandeses. En estos parámetros, lo primero que debía desaparecer era la denominación de «prisioneros políticos», y sustituirla por la de presos comunes, maleantes, gánsteres, etc., elementos desclasados sin ningún tipo de apoyo de la comunidad a la que pertenecían.

Los prisioneros en Long Kesh, y sus camaradas en la cárcel de Armagh, realizaron la promesa de resistir cualquier intento de criminalización, y se embarcaron en una larga protesta en ambas prisiones. Primero fue la protesta de la manta (únicamente en Long Kesh porque las prisioneras de Armagh podían vestir sus propias ropas), denunciando que no vestirían el uniforme carcelario porque ellos no eran prisioneros comunes, sino que eran prisioneros políticos, porque sus delitos eran delitos políticos y el origen de sus delitos residía en causas políticas. Posteriormente desarrollarían, ante el acoso que sufrían en las cárceles por parte de los carceleros, tanto en Long Kesh como en Armagh, la horrorosa protesta de la limpieza, para acabar un nutrido grupo de prisioneros de Long Kesh y de Armagh con la huelga de hambre de 1980, cuyo objetivo fue en todo momento la recuperación del estatus de prisioneros políticos.

Pero los presos no estaban solos. Sus familiares tampoco lo estaban, sino que por el contrario, fueron ayudados y apoyados en sus esfuerzos por una legión de activistas políticos a lo largo y ancho de toda Irlanda con la creación primeramente de los Relatives Action Committees, para finalmente en 1978 crear el National H Blocks/Armagh Committee, en cuyo movimiento tomaron parte miles de personas, con un carácter que engloba a toda la isla.

Este movimiento se convirtió en un ejemplo de cómo personas con perspectivas políticas diferentes podían marchar juntas y actuar de forma colectiva para la consecución de un objetivo claro. Era la ocasión para reivindicar el derecho de los prisioneros a ser tratados de acuerdo a un reconocimiento político.

Después de cuatro años de protestas de limpieza y de la manta, en los que soportaron el acoso permanente del sistema penitenciario británico, padecieron unas condiciones inhumanas en las prisiones, y sufrieron el asesinato político y la violencia tanto por parte del Estado como por parte de las milicias unionistas en el exterior de la prisión, los prisioneros en Long Kesh y las prisioneras en Armagh, comenzaron una huelga de hambre en octubre de 1980.

Tras 53 días, y solo cuando el gobierno británico hizo pública una declaración por la que los prisioneros verían cumplidas sus demandas, la huelga de hambre finalizaba el 18 de diciembre de 1980.

Sin embargo, el gobierno británico creyendo que había ganado la partida a los prisioneros con un final prematuro y abrupto de la huelga, se negó a implementar el acuerdo. Los británicos creyeron que les habían arrebatado la iniciativa a los prisioneros y que el problema de las cárceles estaba acabado al considerar que no serían capaces de comenzar otra huelga de hambre en un plazo de tiempo breve. Como se pudo ver posteriormente, se equivocaban.

Los prisioneros republicanos de Long Kesh, liderados por Bobby Sands, comandante al mando de los prisioneros del IRA en el interior de la cárcel, se negaron a ceder o a ser dejados de lado, y una vez más reclamaron su derecho al reconocimiento político, comenzando la segunda huelga de hambre. La huelga de hambre de 1981.

Posteriormente, vendrían algunas de las jornadas más negras en la historia de Irlanda, con el fallecimiento de diez jóvenes en una agonía horrorosa. Pero también se pudieron ver los días en los que las calles del norte de Irlanda se tiñeron del rojo de la sangre, tanto irlandesa como británica, porque durante el tiempo que duró la huelga de hambre en los Bloques H, fueron asesinadas 61 personas, cuyo desglose fue de 16 civiles católicos y 5 protestantes, 7 soldados de la
UDR, 10 soldados británicos, 6 voluntarios republicanos y 17 agentes del RUC, estando entre ellos asesinatos tan impactantes y brutales como los de los jóvenes católicos Paul Wittersaul de 15 años, Julie Livingston de 14, Danny Barret de 15 o Carol Anne Kelly de 12, todos ellos asesinados por agentes británicos y sus mortíferas balas de goma, o el de los cinco soldados británicos del SAS, asesinados por el IRA en Bressbrook cuando su vehículo blindado impactaba con una mina.

Como declaró Margaret Thathcher, «La huelga de hambre era la última bala que tenía el IRA», análisis simplista de una política violenta y mediocre, que ha pasado a la historia como adalid del ultraliberalismo y por la violencia que desplegó allá por donde pasó. Porque como se pudo constatar posteriormente, el movimiento republicano tuvo la capacidad de movilizar y aglutinar, durante la huelga de hambre de 1981, las fuerzas suficientes para poder demostrar a los británicos que contaba con el apoyo mayoritario de la comunidad católica–republicana para la lucha por los derechos de los prisioneros políticos irlandeses. Ahí quedaron las victorias electorales de Bobby Sands y de Owen Carron en las elecciones de South Tyrone y Fermanagh de 1981, así como el apoyo recibido por los prisioneros republicanos que se presentaron en las elecciones al Dáil del Sur de Irlanda ese mismo año, o las 100.000 persona que acudieron al entierro de un «delincuente común», como era etiquetado Bobby Sands, gracias a la política de criminalización diseñada por los británicos. Derrotaron al Reino Unido en su terreno, en ese que decían que era imposible que ganaran.

El legado de la huelga de hambre es que la política de criminalización impulsada por Margaret Thatcher fue demolida y uno de los que mejor captó su efecto fue Gerry Adams, presidente del Sinn Féin, quien dijo que:

Thatcher buscaba criminalizar a los prisioneros, pero no solo ha fracasado en su intento, sino que para octubre de 1981, fecha de la finalización de la huelga de hambre, los prisioneros han conseguido criminalizar el papel del gobierno británico en Irlanda.

La historia no admite una interpretación única, y a menudo los factores que desencadenan una acción como la de la huelga de hambre republicana, son una amalgama de motivos, por lo que se hace imposible aislarlos los unos de los otros, razón por la que se debe estudiar el conjunto de la situación para poder llegar a comprender el porqué se produjo la huelga de hambre y extraer una conclusión mínimamente válida. Analizar la huelga de hambre aislada de los motivos por los que los prisioneros estaban encarcelados, ignorando las vicisitudes y la violencia innata del sistema penal británico aplicado a los republicanos en el norte de Irlanda, así como la violencia estructural de la sociedad norirlandesa, la cual tuvieron que soportar durante su niñez y juventud, es querer encubrir las razones de la desigualdad que existía, y que continúa existiendo, en esa sociedad.

Ahí quedan las biografías de los huelguistas de hambre de 1981, quienes siendo de diferentes partes del norte de Irlanda, nos hablan todas ellas de las mismas cosas. De cómo los problemas políticos les afectaban desde la niñez, a pesar de no darse cuenta, para posteriormente, de adolescentes, comenzar a sufrir la violencia estructural del Estado ocupante. Porque todas ellas nos hablan de hostigamientos, como el caso de Joe McDonnell, que sufría registros en su hogar cada semana; de cambios de domicilio porque unos católicos no podían vivir en una zona protestante, como el caso de Bobby Sands, cuya familia se tuvo que cambiar dos veces por el acoso unionista. Nos hablan del continuo hostigamiento de los agentes del RUC y de los militares hacia la comunidad católica/republicana en los controles de carretera, como fue el caso de Patsy O’Hara a quien le colocaron los militares explosivos en el coche para poder ser detenido y pasarse seis meses en prisión preventiva, desestimándose posteriormente las pruebas. Nos hablan de pobreza extrema, como en el caso de Mickey Devine, obligado a vivir en un vertedero lleno de chabolas con su hermana y cientos de otros católicos, porque para ellos no había política de viviendas sociales. Esa es la foto del muy «democrático» Estado de Irlanda del Norte a comienzos de la década de 1980, bajo el dominio de los británicos.

Pero esas mismas biografías nos hablan de un compromiso total con Irlanda y con su libertad, primero implicándose muchos de ellos en la organización juvenil Na Fianna Eireann, para posteriormente implicarse en la lucha en las organizaciones armadas republicanas con todas las consecuencias que dicha militancia conllevaba. La actitud durante sus detenciones, durante las torturas que sufrieron, durante sus juicios para finalmente implicarse en la huelga de la manta y de la higiene, llevando su compromiso hasta el extremo de dar la vida por no ser criminalizados.

La clave para entender la huelga de hambre, así como todo el proceso de resistencia que comenzó en el norte de Irlanda después de los progromos unionistas de Bombay Street, puede estar en las palabras de Laurence McKeown, prisionero político republicano y huelguista de hambre en 1981, cuando dice que:

La generación de mis padres mantuvo agachada la cabeza. No obstante, creo que mi generación no estaba preparada para soportarlo. No nos revelamos con la lucha armada. Nos rebelamos con protestas pacíficas en las calles. Y entonces nos dispararon en esas mismas calles. Estoy orgulloso de que fuera mi generación la que dijera, «Bien, a nosotros no nos van a mover. No nos van a romper».

Las valoraciones de los resultados obtenidos en la huelga de hambre son difíciles, porque en este caso no hay un marcador que diga quién es el vencedor del combate, dependiendo la opinión de con quién se hable. Dentro del republicanismo existen las opiniones que van desde una derrota total hasta una victoria inigualable. Las valoraciones las debiéramos de sacar cada uno de nosotros, conociendo en profundidad el conflicto que desangró durante siglos a Irlanda y las causas del mismo.

Pero salvo alguna excepción, todos los huelguistas de hambre, cuando salieron de las prisiones británicas, se fueron integrando en las estructuras del Sinn Féin, lo que da idea del apoyo que han brindado dichas personas a la causa republicana sinnfeiner, ignorando otras posibilidades como podían ser el IRSP, o el centro-derecha del SDLP, etc. Lo que quedó claro es que los huelguistas pusieron en el centro de la actividad política irlandesa y europea el conflicto del norte de Irlanda, y expandieron a nivel mundial la denuncia clara de las razones por las que dicho conflicto se había producido.

Por último, los huelguistas de hambre, los mantistas, los prisioneros de Long Kesh y las prisioneras de Armagh consiguieron que no les rompieran los políticos británicos, ni los ejecutores de las ordenes emanadas del gobierno birtánico (agentes del RUC, soldados británicos, paramilitares unionistas, jueces y fiscales, periodístas, la iglesia católica romana…), con su política de Ulsterización. Como dijeron y repitieron miles de veces, eran prisioneros de guerra, presos políticos, y las motivaciones de sus delitos eran políticas. Además tenían claro que, como había dicho Bobby Sands, «Lo que se perdía en la lucha en las cárceles, se perdía para Irlanda, y lo que se ganaba, también se ganaba para Irlanda».

Posteriormente vendrían las negociaciones entre británicos y republicanos, la transformación de un movimiento eminentemente militar en un movimiento político-militar, para acabar siendo un movimiento exclusivamente político. El acuerdo de Viernes Santo y la excarcelación de todos los prisioneros, las comisiones de la verdad, y tantas otras cosas, muchas de la cuales tuvieron su origen en aquel lejano 1 de marzo de 1981 en el que Robert «Bobby» Sands rechazó por primera vez la comida.

Es por ello por lo que Bobby, Frank, Raymond, Patsy, Joe, Martin, Kevin, Kieran, Thomas y Michael permanecen como una inmensa fuente de inspiración cuando Irlanda continúa su viaje hacia la autodeterminación y la libertad de su pueblo. Y por eso mismo, son también inspiración para todos los internacionalistas y socialistas que pensamos que es posible la existencia de una Euskal Herria libre. Los prisioneros de Long Kesh y las prisioneras de Armagh nos mostraron el camino de la dignidad.

Agus mar a scríobh Bobby Sands, «Tiocfaidh Ár Lá». Como dijo el propio Bobby Sands, «Llegará nuestro día».

Gehiago