El poder de maravillas
Puede que la analogía histórica parezca excesiva, pero el movimiento obrero de los siglos XIX y XX entendía el Poder de una manera muy concreta. La voluntad de cambiar la realidad —mejorar la vida de la gente—, no se ordenaba a través de parlamentos y partidos —como se entiende ahora de forma casi unánime—, sino a través de la Cooperativa, el Sindicato y el Ateneo.
Armando Cuenca, Aranzadi
2018-ko irailak 28
La Cooperativa organizaba la producción de forma democrática. El Sindicato defendía las condiciones de vida del Trabajo, en la fábrica y fuera de ella. El Ateneo garantizaba la educación antiautoritaria, un acceso no disciplinario a la cultura. Estas tres herramientas garantizaban la emancipación obrera en la vida cotidiana, no en un futuro trascendente posterior a la Revolución. La liberación se producía aquí y ahora, con democracia, trabajo y pensamiento libre: un “Estado dentro del Estado”, con sus leyes y su capacidad para ejercerlas.
Los gobiernos tenían que aceptar su legalidad y los reconocían como sujetos políticos, precisamente porque tenían Poder. Un poder organizado y efectivo capaz de paralizar una fábrica o una ciudad. Así se se convertía en norma lo que previamente había sido utopía; por ejemplo, la jornada laboral de ocho horas o el descanso semanal.
¿Podemos entender los centros sociales de esta manera, como espacios liberados regidos por la democracia directa y fuera del alcance de la administración?
No son sólo “lugares de ocio juvenil”, como diría Asiron. Aspiran a ser espacios de autogestión donde —de manera más modesta que en los ateneos obreros— nos formemos políticamente y donde se creen, incluso, pequeñas unidades de producción gestionadas de forma democrática. Hay decenas de ejemplos: Astra en Gernika, la Invisible en Málaga, o la Ingobernable en Madrid… Son proyectos que han arrancado un trocito de soberanía a sus gobiernos y, precisamente por eso, son proyectos incompatibles con los intereses de los partidos políticos.
Geroa Bai optó por el desalojo violento desde el principio, identificando a los okupas con adversarios. El argumentario desplegado por Uxue Barkos fue conservador (respeto a la legalidad, usurpación de bien público, defensa de la propiedad privada) e incluyó jugarretas propias de la marrullería política (lugar para la sede del Instituto Navarro de la Memoria). La actitud errática del equipo municipal de EH Bildu ha sido llamativa. Sus documentos internos han dejado por escrito que absolutamente cualquier iniciativa de base —por loable que sea— está subordinada a los intereses electorales del Cambio. Su Concejal de Urbanismo trazó la línea roja en abril de este año cuando, ante las presiones de UPN y Geroa Bai, prohibió la realización de actos públicos en Rozalejo en la Rotxapea. IE ha mantenido una actitud distante, igual que Podemos Navarra, a excepción del sector crítico, que desde el inicio del conflicto se posicionó en favor del Maravillas.
¿Y Aranzadi? Se nos ha acusado de irresponsables y de electoralistas, aunque es evidente que colocarse del lado de la okupación no da muchos votos. Para muestra, la ambigüedad de Asiron ante un desalojo en el que su colaboración —y la de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona dirigida por EH Bildu— ha sido imprescindible. Nuestra posición se compone de dos reflexiones.
Por un lado, no fuimos suficientemente claros cuando EH Bildu desalojó el Chalé de Caparroso. Pudimos hacer más, después de que Asiron rompiera el convenio con los jóvenes y mandara a la Policía Municipal, pero no lo hicimos. Tras varias asambleas internas bastante duras, salimos con la convicción de que hay que defender los espacios sociales autogestionados claramente, con rotundidad y sin complejos, por muy incómodo que resulte.
Por otro lado, hay otra idea de largo recorrido sobre el papel que estos nuevos “ateneos obreros” pueden jugar en la vida política de nuestra ciudad. Parece una obviedad pero hay que señalar que el mundo no se acaba en 2019 y que, más allá de los cambalaches electorales, es posible que nos encontremos con otra vuelta de tuerca de la Troika, más centros comerciales (Iturrama, IKEA), una nueva burbuja inmobiliaria con más presión especulativa de la vivienda, o un estancamiento del desarrollo de la movilidad sostenible. Para hacer frente a estos retos será recomendable una mayoría en las instituciones que sea sensible a las necesidades de la gente pero, sobre todo, serán necesarias personas con criterio propio, acostumbradas a decidir democráticamente y dispuestas a plantarse frente a la mercantilización de nuestra ciudad.
Son espacios liberados como el Centro Social Maravillas los que producen ese tipo de personas, no los Gobiernos de Cambio.
Como conclusión, es preciso señalar que al Gaztetxe de Aldezarra no lo han salvado —de momento— las habilidosas negociaciones de los partidos, sino la movilización de su asamblea y de la gente del barrio: Maravillas existe porque puede, no porque le dejen. Decían los activistas de la Invisible de Málaga, tras resistir el acoso del Ayuntamiento del PP: “sin centros sociales no hay democracia”. Nosotros pensamos como ellos: sin centros sociales no hay ni democracia ni cambios profundos y reales.