El miedo como arma de control social

Hace unos días, y al hilo de la crisis sanitaria que atravesamos, la periodista Naomi Klein reapareció para recordarnos que "La doctrina del shock se desarrolló como una forma de evitar que las crisis den paso a momentos orgánicos en los que surgen políticas progresistas”.

Irene Otal Larequi

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Desde la expansión de la pandemia del COVID-19, el bombardeo mediático acerca del virus ha alcanzado cuotas sin precedentes. Cada segundo recibimos nuevas informaciones a través de la prensa, radio, televisión y, sobre todo, nuestros teléfonos móviles y redes sociales. Nos advierten sin tregua de la evolución del número de casos detectados y personas fallecidas, de la escasez de recursos en los centros sanitarios públicos para atender a la población, de los últimos avances en torno a la supuesta vacuna que algunos países ya aseguran estar desarrollando y, también, de las medidas coercitivas que están aplicándose sobre quienes intentan esquivar el confinamiento. Pero en contadas ocasiones lo anterior nos llega de forma responsable, fundamentado en datos científicos o contrastado por fuentes fiables. Al contrario, priman los mensajes, muchos de ellos anónimos, recargados de sensacionalismo, repletos de prejuicios y claramente orientados a fomentar el miedo e histeria colectiva. Aquellas imágenes de los supermercados abarrotados de gente empujándose entre sí antes de la declaración del estado de alarma es un ejemplo muy gráfico acerca del poder que las esferas mediáticas ostentan para desarrollar en nosotras ese miedo capaz de provocar que nos comportemos de una forma tremendamente insensata y, sobre todo, insolidaria. Una vez infundado el miedo, la tarea se reduce a alimentarlo, algo mucho más sencillo y que nos obliga a permanecer en permanente alerta.

A día de hoy nos mantienen confinadas y atrapadas entre mensajes alarmistas que nos incitan a desconfiar de la de al lado, a cuidar exclusivamente nuestra esfera individual y paliar nuestras necesidades en solitario, a hipervigilar y criminalizar a esa vecina que pasea demasiado al perro y alentar a las fuerzas policiales a que la reprendan. Así, indirectamente nos entretienen en nuestro ego, alejándonos de experiencias extrañas a la nuestra propia y desviando la atención de las vergonzosas situaciones de explotación, precariedad y vulneración de derechos humanos que este sistema eurocentrista, capitalista e imperialista siembra a nivel global.

Procuran evitar que reparemos en la certeza de que el modelo de gestión de esta “crisis” atenta directamente contra los derechos de los colectivos más vulnerables. Nos ponen la venda y dificultan empatizar, a través de la invisibilización, con las mujeres y menores supervivientes de la violencia machista, con quienes están sufriendo incesantes controles racistas, con las trabajadoras sexuales, con los presos y presas, con las personas sin hogar, con las empleadas del hogar, con las y los autónomos, con las migradas en situación administrativa irregular encarceladas en los CIE`s (Centros de Internamiento de Extranjeros) o con aquellas que retienen hacinadas en los campos de refugiados griegos. El mensaje “Quédate en casa” da por hecho que todas la tenemos o que todas encontramos en ella un lugar seguro, traslada esta idea al imaginario colectivo y lo impregna de xenofobia e insolidaridad. Señal de que, una vez más, ha acabado primando el interés del capital sobre el de todas nuestras vidas a la hora de escoger el cómo afrontar esta batalla contra el COVID – 19.

Esta pandemia ha puesto en jaque el sistema de cuidados construido por y para el heteropatriarcado y ha conseguido sacar a la luz las deficiencias democráticas del Régimen, la debilidad de la estructura de nuestros servicios públicos y, sobre todo, la falta de voluntad política de atender a aquellas personas expulsadas a los márgenes. La situación de emergencia social cada vez es más flagrante y por mucho que el Gobierno de Sánchez haya intentado.

inyectar tranquilidad a la ciudadanía a través de la aprobación del paquete de medidas económicas y sociales, lo acordado resulta claramente insuficiente para garantizar el derecho a una vida digna de la mayoría social.

Ostentamos la responsabilidad de exigir la adopción inmediata de políticas que pongan la vida en el centro y en detrimento de los intereses económicos. Es hora de incluir la perspectiva feminista y ecológica en todas y cada una de las decisiones políticas, de poner techo a los abusivos precios del alquiler y blindar el derecho a una vivienda, de diseñar políticas migratorias respetuosas con los derechos humanos, de dignificar el trabajo asalariado y apoyar a quiénes emprenden por cuenta propia, de publificar servicios en manos privadas y de abolir los beneficios fiscales de los que se aprovechan las grandes empresas.

Qué duda cabe de que el miedo una vez más volverá a ser utilizado como herramienta de control y dominación social por las élites políticas y económicas para acallar el descontento, impedir la movilización y sumirnos en nuestros problemas individuales obviando los colectivos. Nuestro reto es interiorizar lo anterior para detectarlo a tiempo, superarlo, y centrar nuestras energías en la lucha colectiva. Hemos de hacer de esta “crisis” la oportunidad de rearmarnos como sociedad y articular conjuntamente una alternativa a este modelo neoliberal opresor, apoyada en el reclamo de una vida que merezca la pena ser vivida y en la que todas, sin distinción, seamos titulares de los de los mismos derechos.

Gehiago