El combate de la memoria

Xabier Onaindia

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Cuando una persona pierde su memoria por padecer un Alzheimer sufre con frecuencia un proceso de despersonalización, por lo que se percibe como extraña a sí misma y separada de su mundo. Cuando un pueblo pierde su memoria también se separa de su mundo y se desliza hacia la desaparición, porque la memoria es la argamasa que mantiene su singularidad.

Por eso tienen tanto valor los testimonios que a diario se dan tanto por personas anónimas como por profesionales reconocidos. Pinceladas de color valientes como esos navarros que se han plantado ante la patochada de “La victoria de la libertad” que es un panegírico de la policía española, que silencia sus asesinatos y sus torturas; o el grupo Goldatu, que apoyados en la jueza argentina Servini de Cubria persigue los crímenes del franquismo; o Ahaztuak que pone cara y voz a los olvidados; o el Dr. Paco Etxeberria y su grupo. Unos reaccionando ante provocaciones y otros con su ciencia, ayudan a levantar el polvo de la Historia para que el resto veamos claro lo que sucedió.  

Yo fui torturado durante nueve días en la comisaría de Indautxu. Me hicieron lo que ningún animal excepto el humano es capaz de hacer a otro de su especie. Rompieron en mi cabeza decenas de listines de teléfono, me hicieron “el quirófano” por horas y me dieron decenas de descargas eléctricas. Pero sobreviví.

Otros murieron en la tortura. Desde entonces siempre he pensado como Sanchez Ferlosio, que “los que consideran el asesinato como un daño mayor que la tortura tienen mentalidad de agente de seguros”. Y añado, son unos bocas que no saben de lo que hablan; yo prefiero morir que sufrir otros nueve días como aquellos.

Tuve suerte pues entonces no íbamos a la Audiencia Nacional y me llevaron ante un juez, Juan Alberto Belloch, que quizá quiso hacer méritos para ser luego ministro de justicia con el PSOE y que al verme destrozado pidió un informe al forense, Gonzalez Pinto, que casualmente había sido profesor mío en la facultad, al que agarré de la bata y conté lo que me habían hecho. Se personaron en la querella el Colegio de Médicos y el de Abogados presidido por el senador Bidarte y fue tal el escándalo, que no quedó otra que dar una mínima condena y dos policías de los más de quince que se turnaban mañana, tarde y noche, fueron condenados gracias a la pericia y constancia del abogado Txema Montero.

Era la primera condena por torturas desde la Republica y creíamos haber conseguido romper el cerrojo de la impunidad y más cuando la sentencia fue ratificada por el Tribunal Supremo. Pero el Sistema tiene muchos resortes para recordarnos su omnipotencia y varios años después descubrimos que a Salvador Cano lo habían ascendido a comisario jefe en Murcia y que Manuel Abonjo había sido expulsado del cuerpo por un asunto de prostitución y máquinas tragaperras en Valencia, pero ninguno había sido inhabilitado por 10 años como ordenaba la sentencia. En los Estados de Derecho no sé, pero en los policiales la Maquinaria de la Impunidad funciona sola sin que nadie le de cuerda.

De las instituciones actuales no he recibido ninguna reparación. Somos un estorbo en sus planes. Tan solo una misión canadiense de Amnistía Internacional me investigó hace 35 años y hace 4 la jueza Manuela Carmena me entrevistó, sin que yo sepa en que ha quedado su interés. A ambos mi más sincera gratitud.

Si escribo esto no es porque mi caso sea singular, pues en Euskal Herria la tortura ha sido sistemática. Sistemática porque es el Sistema quien la aplica con variados fines para combatir la disidencia y sistemática por el número de afectados. Hace años con el TAT ya cuantificamos que desde que aprobaron la Constitución en el 78 habían detenido 35.000 personas y 5.500, sí, 5.500, habían denunciado torturas. Y ante estas escandalosas cifras la pregunta que a cualquiera se le ocurre es, ¿Cómo es que aquí no pasa nada? ¿Cómo han puesto sordina y nos han invisibilizado si somos miles? ¿A qué juegan Jonan Fernandez y Ezenarro?  De momento me callo lo que pienso sobre su función.

Dice Pierre Nora que la Memoria Histórica es el “esfuerzo consciente de los grupos humanos para entroncar con su pasado tratándolo con especial respeto”. Tenemos que preguntarnos si estamos haciendo como pueblo ese esfuerzo consciente. Si la respuesta es no, corremos el riesgo de que la verdad oficial nos imponga el pensamiento único y aunque no pueden cambiar la historia porque los hechos, los datos y las cifras son incuestionables, nos cambien la memoria que es lo que importa. Nos cambien el relato y la percepción de lo sucedido. Ahí están invirtiendo todo su esfuerzo y si no andamos listos, Melitón Manzanas terminará siendo un héroe de la guerra del norte y Amedo un luchador por la democracia porque como dijo el corrupto Roldan “la tortura es necesaria para salvar vidas”.

Para reconstruir la memoria no basta con investigar. Es necesario el activismo social. Tenemos que ser capaces de juntarnos, reconocernos, censarnos, acariciarnos, de airear donde, cómo y a cuántos, de verbalizarlo y el que no pueda por el dolor, que reciba al menos un abrazo. De hablar del pasado pero sobre todo, de qué podemos hacer para acabar con esta impunidad y que nadie más tenga que sufrir lo que nos hicieron.

Nos lo debemos sobre todo a nosotros, pero también a los que murieron por la tortura y a nuestro Pueblo, porque si no  escribimos nuestra historia otros lo harán por nosotros.

Gehiago