Brutalidad e impunidad policial, una pandemia histórica
George Floyd, estadounidense de 40 años, falleció el lunes pasado en Minneapolis cuando era brutalmente detenido bajo la sospecha de haber intentado usar un billete falso de 20 dólares en un supermercado. Las imágenes que muestran a uno de los cuatro agentes que participaron en el arresto reduciendo a Floyd y presionándole con su rodilla en el cuello durante varios minutos pese a que el detenido rogaba que le dejaran respirar, han provocado una ola de protestas a lo largo y ancho de EEUU.
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Los disturbios por la muerte de Floyd se han extendido a pesar de que los 4 agentes implicados hayan sido despedidos y que el que le mató haya sido detenido e imputado por varios delitos. Y es que la violencia policial contra determinados sectores de la población norteamericana, ya sea por el color de su piel o por su clase social, es algo cotidiano en el país “más libre del mundo”. El de EEUU es un sistema racista, el exponente más salvaje del capitalismo, donde las injusticias sociales se resuelven con un sistema represivo y punitivista que impacta brutalmente contra las clases más desfavorecidas.
Las noticias sobre este tipo de actuaciones policiales, las muertes durante arrestos bien por disparos o por reducir al detenido de forma brutal, ya no son algo que nos sorprenda. Ocurre a menudo cuando se trata de gente pobre, y esto demuestra que existe total impunidad entre los agentes de policía para actuar contra ella, puesto que pocos son los que reciben un severo castigo por sus violentas actuaciones. Y esto es inherente a cualquier sistema autoritario capitalista. En esta parte del mundo, y con la pandemia del Coronavirus como telón de fondo, en las redes sociales hemos podido ver imágenes de policías apaleando a gente que al parecer incumplía el confinamiento. Siempre se trataba de gente de clase obrera, racializada, migrante, humilde, o personas con problemas psiquiátricos. No veremos esa brutalidad policial con los ricos que se manifiestan en descapotables. Los pudientes parecen estar libres del virus de la violencia del Estado.
También en Euskal Herria la impunidad policial ha sido la clave para que quienes han cometido crímenes contra este pueblo amparados por el Estado, hoy vivan tranquilamente. Algunos de ellos, además, condecorados y disfrutando de buenas pensiones a cargo del erario público. Recientemente Billy el Niño moría en la cama sin responder por sus torturas, Galindo sigue paseando por las calles de Zaragoza sin dar cuenta por la muerte de Mikel Zabalza (ahora se cumple el 35 aniversario de su asesinato), el policía que mató de un tiro por la espalda a Mikel Castillo en 1990 fue premiado publicamente… Son solo algunos ejemplos, porque lamentablemente la lista es demasiado larga.
Ahora que se la crisis del coronavirus ha abierto una ventana de oportunidad para repensar y transformar profundamente nuestra sociedad, cuando hablamos de poner las vidas en el centro, también debemos aprovechar para reivindicar que la impunidad y brutalidad policial no tienen cabida en la construcción de comunidades más justas y libres. Es una pandemia con la que también tenemos que acabar.