Aventura en las Pampas: los anarquistas navarros en Argentina en 1900
Este artículo intenta rescatar del olvido la labor del anarquista Martín Ángel Marculeta en la formación del movimiento obrero organizado en la provincia de Buenos Aires, Argentina, entre los años 1899 y 1904.
José Joaquín Saldias
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El Vasco Matxin.
Martín Ángel Marculeta (apodo: El Vasco Matxín) nació en Navarra el 24/11/1877 y falleció en Donosti-San Sebastián, después del año 1914. El Vasco Matxin fue un panadero anarquista que ejerció una fuerte gravitación en la organización del movimiento obrero de la ciudad y campaña de Chivilcoy, ciudad del noroeste de la provincia de Buenos Aires, durante los años 1899 y 1904, fecha en que fue deportado fuera de Argentina debido a su activismo anarquista.
Solidaridad y Resistencia
Radicado en Chivilcoy, Martín A. Marculeta, aparece en diciembre de 1899 —junto al aprendiz de panadero José María Acha, al que dió a conocer el ideario anarquista— como uno de los fundadores de la Sociedad de Panaderos de esa localidad bonaerense, desde la cual se promovieron huelgas y boycots que conmovieron a la ciudad. Integraron la primera Comisión, además de Acha y Marculeta: Manuel Valverde, Francisco González , Carmen Capobianco, Gerardo Serrano, Bernardo Prat y Manuel Lareu. Juan Girault fue el primer tesorero. Otros inmigrantes vascos miembros de esta Sociedad de Resistencia fueron Juan Lezertúa, A. Arrizabalaga, Ortusgoity, Larrea, etc.
El nombre de Marculeta aparece como suscriptor regular de El Obrero Panadero de Buenos Aires y como colaborador del periódico anarquista La Voz del Esclavo (Chivilcoy, 1901-1902), que editó en esa localidad el tipógrafo catalán Pedro Carbonell, con la colaboración de José María Acha y Edmundo Seguela. El Vasco Matxin realizó numerosos aportes y recaudaciones de dinero para colaborar con “los compañeros detenidos y presos en España”, inaugurando, de esta manera, ese bellísimo despliegue de dignidad humana que es la cooperación y colaboración vasco argentina con aquellas víctimas que sufren el infame yugo del Estado Español.
En junio de 1902 fue detenido en la cárcel de Mercedes junto a José María Acha, Ricardo Magendie, Segundo Menéndez y Nicolás Carreras por propagar el boycot al Café París de Chivilcoy. Cuando la noticia llegó al segundo congreso de la Federación Obrera Argentina (FOA) que tenía lugar los días 19 al 21 de junio de 1902 en el salón Vorwärts de Buenos Aires, se resolvió enviar el siguiente telegrama: “Martín Marculeta y compañeros. Cárcel de Mercedes: Recibid saludos congreso gremial que se solidariza con vuestra actitud y os alienta a proseguir con fe la lucha emprendida” (Santillán, La FORA).
Marculeta, así como sus compañeros de militancia Seguela y Carbonell, fueron deportados a España por aplicación de la Ley de Residencia a fines de 1902. Esta Ley otorgaba al Estado argentino la potestad de expulsar a los extranjeros considerados indeseables y peligrosos anarquistas. La mayoría de los deportados eran ejecutados en su país de origen. Desconozco las alternativas que permitieron a Marculeta eludir ese fatal destino, pero lo cierto es que, en el año 1905, desde Francia, se indagaba su paradero y se señalaba que era panadero residente en San Sebastián. En la década de 1910 su nombre aparece asiduamente en San Sebastián en colectas dirigidas a recaudar fondos para actividades anarquistas: en 1911 y 1913 envía un donativo a Tierra y Libertad para los revolucionarios mexicanos, en 1913 otro para financiar la excursión de propaganda por Hego Euskal Herria y a favor de El Látigo, en 1912 y 1913 un tercer aporte para Tierra y Libertad y para los presos, y en 1914 otro para los presos y a favor de un diario anarquista. A mediados de 1912 se encarga de la distribución de un folleto de Juan de Easo. Colabora en El Látigo y Tierra y Libertad (1913). (Tarcus, Horacio (2021), “Marculeta, Martín A.”, en Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas.)
Duintasuna ta Azkatasuna. En 1918 José María Acha recordaba emotivamente desde las páginas del diario La Protesta la llegada del inmigrante vasco, dos décadas antes, a la panadería donde trabajaba en Chivilcoy:
“Un día apareció en la casa un joven fornido, esbelto y musculoso, muy digno de temer en aquellos tiempos de matonismo, cuando un obrero solo conquistaba ascendentes entre sus camaradas mediante los tajos y las puñaladas que hábilmente hubiera podido aplicar a algún compañero por motivos insignificantes, y aún sin motivos. Muy serio, reservado, muy afable y cantaba unas canciones misteriosas: ‘Hijos del pueblo, te oprimen cadenas…”. Nadie lo comprendía y todos lo respetaban con cierta admiración supersticiosa. Hizo prosélitos. Y trazó también mi ruta: Martín Marculeta, vasco tenaz, valiente, sin petulancia, leal y generoso como los de su raza. Con él y con otros que no he de olvidar, dimos a la burguesía estulta y montaraz de Chivilcoy más de un disgusto, que nos ha perdonado enviándonos primero a la cárcel por algún tiempo y después a él y a Seguela al destierro, primeras víctimas dc la Ley de Residencia”.
(J. M. Acha, “De los tiempos heroicos”, en: La Protesta nº 3363, Buenos Aires, 1º de mayo de 1918, pp. 3-4).
En otro texto, Acha señalaba que Marculeta no era “un obrero tan ágil de inteligencia como algunos de los que más tarde hube de conocer y admirar, elevados por su propio esfuerzo, a la cima de una propia cultura. Por eso se dice más atrás que hablaba de corazón a corazones. Y hablaba bien con la elocuencia de sus bellos sentimientos y de su ejemplar conducta personal. Por ello había de resultar sujeto raro y enigmático en un ambiente troglodita como aquel a que viniera a integrarse por razón de su oficio. Era la panadería en que yo trabajaba, y pronto suscitó la atención de todos, al no explicarse sus maneras cordiales, no comunes entre hombres presuntuosos y soberbios como lo eran aquellos, además de su espontaneidad para aliviar el esfuerzo de todos, recargando el suyo propio, ya bastante oneroso. Su recia constitución física le permitía tal gentileza, pues se trataba de un hombre de singular robustez. Exteriorizaba siempre su respeto”.
José María Acha, “Memorias de un anarquista”, Montevideo, sin fecha.
Portada de La Voz del Esclavo: periódico de emancipación popular, Chivilcoy, 18 de enero de 1902.