A la contra

Todos los enemigos de España llevan boina. Cayetana Álvarez de Toledo.

Angel Rekalde y Luis Mª Martínez Garate.

2017-ko abenduak 19

Las campañas electorales, al margen de su artificialidad, son períodos
particularmente fecundos para observar el juego entre rituales políticos y
fenómenos mediáticos: gestos, discursos, posiciones, alardes de fuerza,
estadísticas fraudulentas, liderazgos histéricos, trucos, paseo de símbolos.
Incluso el juego sucio. El procés catalán es un buen ejemplo, que parece haber
llevado la violencia contenida de los últimos tiempos a la pasarela del desfile y
el gesto histriónico. 

Como decimos, es un momento propicio para analizar las posiciones de los
agentes en conflicto. De paso, una oportunidad para echar un ojo al trasfondo
del sistema político, que en este carnaval se muestra en su impudicia en medio
de tanto artificio. Es cierto que hay mucho ruido; pero entre el petardeo y el
humo los oficiantes –en un efecto freudiano- desvelan sus pensamientos más
íntimos, sus esquemas mentales a menudo reprimidos. 

Ha sido revelador, al respecto, el artículo de Enric Juliana que compara a
Puigdemont con el carlismo. “Es el carlismo de Carles Puigdemont”. Para
Juliana, que quede claro, esta metáfora negativa, insultante, es su opinión; está
en su derecho: “El carlismo lleva boina y trabuco. El carlismo es una sotana
mugrienta. El carlismo –esterilizado por Franco después de la Guerra Civil–
evoca la España oscura y reaccionaria que se resiste a las normas
unificadoras”. 

Pero en medio de estas descripciones cripto-judeo- masónicas, se le escapa el
lapsus; el desliz que traiciona su subconsciente, que pinta su autorretrato.
“Aquellas comarcas (entonces carlistas) son hoy fuertemente independentistas.
Iban a la contra en el siglo XIX. Y siguen yendo a la contra en el siglo XXI”.

A la contra de qué, nos preguntamos. No lo explica Juliana, y en ese
sobreentendido se retrata el periodista: a la contra de España; a la contra del
régimen del 78; que es el mismo (lo dice él; él plantea el paralelismo) que la
España del XIX, la de los espadones, de los borbones, la misma España de
Franco, de los militares que se enfrentaron a las tendencias disgregadoras de
una España que nunca fue nación sino un poder dictatorial impuesto sobre sus
pueblos. La España de la corrupción hoy, la del PP, la de la cal del PSOE y
todo eso que conocemos. ¿Eso es ir ‘a la contra’? Desde luego, Juliana se ha
retratado. Se ha lucido. 

El lapsus de Juliana, que se pone en la centralidad del sistema (para expulsar
del mismo a cualquier disidente, a quienes no comulgan con su profesión de
fe), coincide con otras expresiones similares de exclusión, que implícitamente
(freudianamente, diríamos) definen el modelo político español. Desde un
ángulo folclórico, por ejemplo, y coincidiendo con Juliana, encontramos a
Cayetana Álvarez de Toledo, aristócrata y diputada del PP, que sostiene que
todos los enemigos de España usan boina. Volvemos al carlismo, y de paso a
esas imágenes de Gila, el tonto del pueblo, el patán, el paleto de turno. Las
metáforas hispánicas no sé si las carga el diablo, pero desde luego llevan
plomo. 

Este repaso a los argumentarios que sostienen el 155 (un golpe de Estado a la
‘Autonomía’ de Catalunya), nos descubre durante la campaña electoral
posiciones similares entre las distintas fuerzas políticas. Como decía el
humorista, va un García Albiol y diu: “Hay que desmantelar Tv3 y rehacerla con
gente normal”. Los catalanes que hacen y ven Tv3, los que disienten del
modelo de autoridad, son ‘anormales’. La mayor parte de la población. Así; sin
tapujos. La normalidad es acatar el dominio hispano. El independentismo es
anómalo. Es una anomalía de la naturaleza, se podría precisar el pensamiento
(?) de García Albiol. Es probable que Goebbels lo planteara de modo similar al
referirse a judíos, gitanos, homosexuales, minusválidos y otras hierbas. 

El planeta ‘socialista’ no les va a la zaga, y sustenta sus discursos sobre
esquemas parecidos. Va Borrell y diu: ‘hay que desinfectar el panorama
catalán, empezando por los medios de comunicación’. Aquí la anomalía es
sanitaria; de higiene y salud pública (sería curioso comprobar cuántos de estos
esquemas argumentales tienen antecedentes en el franquismo; un tiempo en el
que apenas se podía profundizar en el debate político –estaba prohibido-, y las
justificaciones adoptaban estos estilos: higiene, salubridad, anormalidad…
Todavía nos aplicarán la Gandula, la ley de vagos y maleantes). Los
soberanistas están enfermos; infectados; lo suyo es de tratamiento hospitalario,
médico, psiquiátrico, lo que sea para expresar que es insano. 

En estos discursos la normalidad viene definida por quien detenta el poder. Es
un canto de alabanza a la autoridad competente. Un aleluya de sumisión. Y
una condena inquisitorial al disidente, al que lleva boina. Es anormal. Esto es lo
que hace Juliana al asociar el independentismo de Cataluña con el carlismo
histórico. Es retórica del poder. Y en todo este discurso no hay el menor sitio
para la voluntad catalana; para la libertad de las gentes; para el Estado de
Derecho. La única norma aceptable es el poder hispano. 

Las malas lenguas sostienen que a poco que rasques la cabeza de un navarro,
enseguida le sale la boina roja. A juzgar por estos argumentos, como explica la
Soraya del gobierno, a catalanes y navarros, con la excusa de arreglarnos el
peinado, nos quieren descabezados.

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