10 años de de crisis: Es posible y necesario otra economía y otro mundo
Hace diez años, el 15 de septiembre de 2008, la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers, supuso el pistoletazo de salida a una crisis generalizada.
Felix Zabalza, Chema Berro, Akina de la Cruz. Integrantes del Parlamento Social.
2018-ko irailak 13
Las chispeantes burbujas nos estallaron en la cara, y de la economía inmobiliaria y
financiera, meramente especulativas, la crisis se trasladó a la productiva: (no poco especuladora): cierres de empresas,
incremento del paro hasta el 25%… Nuestro mundo, mullido para buena parte de la población de las sociedades ricas, se
convertía en amenazante.
Desde el inicio se intuía que no era una más de la crisis cíclica: la entrada en una fase de recesión a la que sucedería una
reparadora fase expansiva. Señalaba la inviabilidad de un capitalismo competitivo, necesitado de una acumulación
creciente, y también la inviabilidad de su modelo de sociedad productivista/consumista en el que veníamos participando,
cerrando los ojos a su naturaleza generadora de riqueza y de pobreza indignamente concatenadas. Señalaba que el
crecimiento ilimitado no es posible en un planeta limitado y que el derroche estaba confrontando con el agotamiento de
recursos. Ponía en evidencia que lo que nosotras llamábamos crisis no era más que el acercamiento a nuestras latitudes
de la dualidad social en que el mundo estaba instalado y sobre la que se basaba nuestra abundancia.
Por eso la crisis, además de como una amenaza, aparecía como una oportunidad. Una oportunidad de rectificación del
rumbo que, con la crisis, nos había revelado sus componentes amenazantes. Una oportunidad de ajustar la economía a la
satisfacción de las necesidades, las nuestras y las de toda la humanidad. Una oportunidad de embridar y poner coto a un
capitalismo desbocado, sin capacidad de reflexión y frenado, atrapado en la dinámica de la competitividad por él
generada.
Para aprovechar esa oportunidad necesitábamos creer que una sociedad menos desigual es una sociedad más habitable,
y que la calidad de vida no equivale al nivel de consumo, cuando éste ha superado en mucho el nivel de satisfacción de
necesidades.
Ni el conjunto de nuestra sociedad hicimos esa apuesta, ni mucho menos la hicieron nuestros dirigentes públicos. En
nosotras prevaleció el repliegue sobre el individualismo, fruto del miedo a las amenazas del paro y los
empobrecimientos. La pasividad social dejó libre la opción consciente de los poderes e instituciones públicas por
recuperar el capitalismo, prometiendo una nueva fase de recuperación económica. Nos ganaron la batalla ideológica.
Millones de millones de euros de dinero público se destinaron a salvar a la banca y al conjunto de la economía privada. El
sistema salió fortalecido y lo público enormemente debilitado. El capitalismo, el causante de la crisis, fue su gran
beneficiario, mientras que lo público y social fue lo derrotado; la prima de riesgo y el consiguiente endeudamiento público
han sido sus armas para asentar su dominio desde el que ejercer sus exigencias en materia de privatizaciones, de
exenciones de impuestos, de subvenciones, de legislación laboral…
El resultado es el de unos poderes públicos con menor capacidad de decisión y de actuación, y una sociedad más
empobrecida y débil, suma de unas personas laboral y vitalmente más precarias.
No solo lo económico viene siendo afectado. Lo político se achica hasta su casi desaparición. Gobiernos democráticos se
ven obligados a seguir las instrucciones de entidades que ninguna urna eligió. Parlamentos y gobiernos actúan al dictado
de instituciones financieras y bancos centrales independizados. El estado cada vez se hace más pequeño como garante
de derechos mientras que aumenta su componente controlador y represor que aminore las respuestas sociales a las
injusticias crecientes. Y a nivel mundial la competitividad, que es guerra, se ejerce como guerra por los recursos cada vez
más escasos y de difícil acceso.
A diez años vista, la crisis se presenta, entre otras cosas, como una oportunidad perdida, y la pregunta que tenemos que
hacernos es la de si esa pérdida es irrecuperable y de qué caminos tenemos que andar para hacerla posible. Parece claro
que lo que no hicimos en su momento, tendremos que andarlo hoy a pocos y más trabajosamente. Que tenemos que
recuperar la capacidad de actuación social, no la nuestra sino la de la mayoría, la que entre todas y todos podamos
construir. Que esa recuperación social tiene que revertir en recuperación de la capacidad decisión política, la de todas y
todos, y la calidad democrática. Que ambas cosas requieren de nuestra participación, de querer tomar en nuestras manos
la decisión sobre nuestras vidas y nuestro mundo en la intención de hacerlo más habitable, universalmente garantista
hasta que alcance y, sin límites, más libre, democrático y justo.
En el Parlamento Sozial venimos trabajando en esta dirección: en defensa de lo público, contra la deuda ilegítima, por una
fiscalidad progresiva y suficiente, por unos presupuestos sociales… y, en definitiva, por unas políticas no solo paliativas
sino que impulsen cambios en el modelo, que se dote de los instrumentos para acotar y poner freno a la voracidad de un
capitalismo cuyo modelo de sociedad está agotado.
Sabemos que no abarcamos todas las problemáticas sociales, quizá nos dedicamos a las que consideramos bases
subyacentes de todas ellas, pero a todas tratamos de sumarnos activamente, de la misma forma que animamos a
sumarse a las actividades que nosotras emprendemos. Y precisamente porque estamos convencidas que otro mundo es
posible, seguiremos trabajando proponiendo y activando por ese mundo en el que las personas y nuestras necesidades
estemos en el centro frente al actual modelo que ha utilizado la crisis para seguir reforzando los intereses del capital .