Vote a quien quiera…

2015-ko maiatzak 19

Vote usted a quien quiera, que va a dar igual. Tenga usted discusiones acaloradas con sus amistades sobre la bondad de una determinada tendencia política, sea consecuente, crea que votar a ese partido significará un cambio, sueñe con el reparto de la riqueza o con las políticas de ajuste, crea en ellas… va a dar lo mismo. Ninguna de esas personas que elegimos para las concejalías, diputaciones o parlamentos, sean del color que sean, van a poder hacer la política prometida. Quizás en la superficie sí, en esas pequeñas cosas que darán apariencia de diversidad, y de las que se discutirá mucho en las tertulias televisivas. Pero en lo realmente importante tendrán las manos atadas.

Señoras y señores, bienvenidos al mundo de Orwell. Bienvenidos al mayor ataque a nuestra democracia perpetrado nunca sin recurrir a la guerra. Bienvenidos al TTIP.

Nos dicen que seamos permanentemente felices, nos inundan a productos que nos faltan y nos hacen creer que la política apesta. Así nos tienen distraídos mientras, en unos oscuros despachos de Bruselas, se redacta este tratado. El 4% de las personas que lo asesoran representan intereses públicos, y un 92% forma parte de lobbies de grandes empresas. Parece de película, pero los parlamentarios europeos tienen prohibido el acceso a los documentos que allí se tratan. Bueno, no es exactamente así. Algunos pueden acceder a una sala cerrada, en la que deben entrar sin grabadora, ni teléfono móvil, ni papel ni bolígrafo. Allí leen unos documentos previamente seleccionados confiando en su memoria fotográfica para sacar algo de información útil. Las multinacionales, por otro lado, disponen del texto completo en sus memorias usb.

¿Por qué es tan peligroso el TTIP para la democracia? Porque más allá de toda esa conocida lista de políticas desreguladoras, que afectarán a lo que comemos, a nuestros derechos laborales, a nuestra baja maternal o al fracking entre otras muchas; el TTIP incluye un punto en especial que atará las manos de quienes gobiernen en ayuntamientos, comunidades o en el estado. Se trata del ISDS.

Formalmente, el ISDS es un mecanismo de resolución de controversias entre Estados y empresas. Si una empresa siente que existe una ley o norma (local, comarcal, autonómica o de cualquier otro ámbito) que va en contra de sus intereses, puede demandar a la institución que la promulgó. Así, si un día el Ayuntamiento de Ansoáin decide democráticamente prohibir el consumo de tabaco en el municipio, podrá ser demandado por la tabaquera de turno, que verá sus beneficios futuros afectados. O si, por ejemplo, el Ayuntamiento de Peralta comienza a distribuir gratis el agua para sus regantes, la empresa concesionaria del servicio de aguas privatizado podrá demandar al consistorio, y llevarse una buena suma por el negocio que deja de obtener.

Cuidado, pues, concejales de Ansoáin, Peralta o Doneztebe. Cuidado. Vuestras decisiones ya no os pertenecen porque, merced a este ISDS, os demandarán. ¿Y dónde lo harán? ¿Será en un tribunal ordinario, legislado, con garantes de democracia, con jueces formados e imparciales? Pues tampoco, no seamos ilusos: la demanda partirá de un buffet de abogados especializados en conflictos entre estados y empresas; y el juicio se llevará a cabo en unos tribunales privados, alejados de cualquier jurisdicción y control democrático.

Desafortunadamente, ya hay una larga historia de estos pleitos derivados de tratados similares en otros lugares del mundo. Estados soberanos se han visto obligados a pagar cantidades desorbitantes a multinacionales por el pecado de legislar para la población a quien representan.

Otro día hablaremos del Consejo de Cooperación Regulatoria, esa entidad que pretende ajustar todas las leyes europeas y estadounidenses a lo firmado en este acuerdo. A la mierda decisiones democráticas, representación ciudadana o discusiones plenarias. Las leyes se cocinarán en despachos cerrados de multinacionales, sin focos ni periodistas ni posibilidad de intervención pública.

Este es el ataque que realiza el TTIP contra la autonomía de los organismos democráticos en favor del beneficio de las multinacionales. Quizás a usted no le guste la política, y pase de los partidos. Pero esto es lo que nos viene, y solo nos queda defendernos. Da igual a qué partido piense votar, qué política económica prefiera: defienda la democracia, la transparencia, lo elegido por la soberanía popular frente a los beneficios corporativos. Defienda que los ciudadanos podamos elegir y soñar el mundo que queremos tener para nuestros hijos, sea este más o menos lucrativo para las grandes corporaciones.

 

Gehiago