¿Es libre nuestra decisión al convertirnos en cuidadoras y asumir en solitario la sostenibilidad de la vida?

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A las mujeres se nos prepara desde la infancia para desenvolvernos en el ámbito afectivo, familiar, reproductivo y relacional, reforzando valores relacionados con el cuidado de otras personas, la empatía y la importancia de agradar o gratificar a quienes nos rodean, utilizando la belleza y la estética como forma de atracción y valoración. A los hombres en cambio se les orienta hacia la acción y el desarrollo de la fuerza física, la independencia económica y afectiva, la competitividad…. Por ello no podemos hablar de comportamientos voluntarios cuando hablamos de la división sexual del trabajo.

Este aprendizaje o curriculum oculto nos hace asumir como decisiones propias, aquello que a lo largo de siglos se nos ha venido inculcando, suponiendo un gran coste personal y social a la mujer que decide salirse de la norma. Es aceptado y justificado que el hombre se desmarque de los cuidados durante los periodos de crianza y dependencia, pero condenado si lo hace una mujer.

Los distintos órganos de poder, en los que no existen apenas representación femenina y aun en menor grado feminista, son los transmisores de los valores sociales que dan por  sentado la supremacía del hombre, el individualismo y la competitividad. Perpetuando así una sociedad de valores machistas y patriarcales en los que la mujer sigue estando en desigualdad y no tiene  verdaderamente capacidad de decidir.

La religión católica quiere imponernos sus propios valores morales, el concepto de la familia tradicional heteropatriarcal  y de la  mujer como sostén y responsable de los cuidados.

Los medios de comunicación, con sólo un 4% de mujeres  en sus órganos directivos siguen dando una imagen estereotipada de la mujer no solo en noticias, anuncios, sino también en series, películas…

El poder académico y del saber cuenta con una presencia mínima de mujeres en las juntas rectoras de las Universidades, que no llega al 5 %, una realidad que determina los curriculum de las profesiones y las líneas de  investigación.

El poder económico y financiero, capitalista y patriarcal, se ha esforzado duramente por mantener este estatus. Cuando ha decidido y le ha interesado que la mujer se incorpore al mercado laboral retributivo se ha encargado de que lo haga en  condiciones de precariedad para que no se olvide de su otra “función social”.

El trabajo parcial, reducciones de jornada, excedencias…..se nos han vendido como ventajas para poder conciliar la vida laboral y familiar, pero lo que realmente suponen es que sigamos encargándonos de las funciones de cuidado evitando el coste social que supondría el no hacerlo y mayor precariedad económica, que nos aboca a la dependencia actual y futura.

En tanto no cambie el sistema actual no podremos hablar de decisiones voluntarias, ya que la losa que nos pesa es demasiado grande y está siempre justificada en “necesidades” que son los privilegios de una parte de la sociedad y están vinculados a la tradición, las necesidades de las familias y las necesidades de los mercados.

Debemos construir un sistema económico basado en las necesidades de todas las personas y el sostenimiento de la vida, pero en  base a  un reparto real del trabajo productivo y reproductivo, no lo que existe actualmente.

 

Gehiago