Erase una vez…el Conde de Wendulain

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Erase una vez, hace muuuuuchos años,  en los tiempos oscuros del Señor de los Anillos, cuando los reyes y nobles gobernaban el mundo a su antojo, sin tener en cuenta la voluntad de sus vasallos, un conde que vivía en un castillo ruinoso,  el Conde de Wendulain.

Era un conde venido a menos que poseía alrededor del castillo, amplias tierras de cereal.

Mascullando como salir de sus aprietos monetarios, le preguntó a su consejero San Martinus, hombre versado en leyes, ¿qué hacer?

     – Señor, le dijo este. Creo que la solución está en reconvertir vuestros sembrados en una prospera ciudad.

     – Y ¿cómo haré tal? Dijo el Conde.

     – Señor: debéis pedírselo al Rey y a la Reina. No creo que os nieguen tal merced.

Dirigiose pues el Conde Wendulain  al Palacio de sus reyes. Postrado ante Miguelus I, le dijo:

     – Majestad, vos conocéis mis penurias y apuros y también se de los apuros financieros de la Corona y os vengo a proponer un jugoso negocio que a ambos conviene.

     – ¿Cuál es pues, tal negocio? ¡Hablad Conde! ¡Que ya estoy nervioso! dijo el Rey.

     – Ved Señor, que yo quiero sacar ganancia a mis terrenos y podemos decir…que  vuestros vasallos necesitan vivienda y en mis terrenos  se puede hacer una nueva Villa. Sin duda, convenceremos al Consejo Real. Yo venderé mis terrenos y vos ganareis fortuna construyendo las viviendas.

El Rey quedose pensativo y al cabo dijo:

     – Mas, ¿cómo construiremos las viviendas si vos, Conde Wendulain, estáis en la ruina y mis arcas están vacías?

El Consejero San Martinus  intervino presto y dijo:

     – Existen en el Reyno, varios burgueses enriquecidos, maestros en el arte de la construcción, que sin duda estarán interesados en intervenir en el negocio y de esta guisa las tres partes conseguiremos nuestras ganancias.

Llamaron pues, el Rey y el Conde, a los Maestros constructores y acordaron un negocio a mutua conveniencia. Los maestros compraron sus terrenos al Conde y este salió de su ruina. Luego a su vez, los Maestros constructores vendieron el terreno a la Corona. Mas como el Rey tenía las arcas vacías, los Maestros constructores decidieron renunciar a su cobro a cambio de hacer las viviendas y negociar con su venta. Y ¿qué ganó el Rey? El Rey se quedó con el 20% de las ganancias de la operación. Así pues todos ganaban y todos quedaron contentos con el acuerdo.

Más la alegría no dura para siempre, solo ocurre en los cuentos. Y ocurrió que los negocios de la Construcción se fueron a pique cual barco en un mar embravecido.

Y ocurrió también,  porque las desgracias nunca vienen solas, que el Rey murió repentinamente. Y asumió la corona de aquel Viejo Reyno, la reina  Violanda, conocida por su gran astucia, pero  de avanzada edad y salud delicada, por lo que era previsible su corta estancia en el trono.

Los Maestros constructores, que habían acudido a varios Usureros prestamistas a por dineros para poder pagar al Conde Wendulain, se vieron de pronto amenazados por la bancarrota. Y de esta suerte un cuarto interesado entró en el negocio.

Los Usureros no podían perder las ganancias de  sus préstamos  y  raudos, acompañados de los Maestros constructores,  acudieron ante la Reina, que les recibió acompañada de su Ministro de la construcción.

     – Hablad pues, les dijo la Reina, ¡que me tenéis en ascuas! ¿Qué os acontece?

Majestad, dijéronle inclinados ante ella, el negocio que tan bien apañamos con vuestro esposo, a quien los dioses tengan en la Gloria, está en grave riesgo.  Vuestra salud es delicada, y el Príncipe heredero no ve con buenos ojos construir una nueva Villa en los terrenos del Conde Wendulain. Solo una acción decidida de Vuestra Majestad podrá salvarnos  convirtiendo nuestras inmediatas pérdidas en futuras ganancias.

     – Cierto es, dijo el Ministro, el Príncipe heredero no es amigo de negocios oscuros y viene predicando la Justicia Social. ¡Cosas de juventud que se curan con la edad! ¡Más no podemos arriesgarnos!

Y aquella misma mañana, la Reina dictó un Decreto, por supuesto Real, por el cual declaraba las tierras del Conde Wendulain y su Proyecto de nueva ciudad, edificable para siempre. Y en previsión de que el futuro Rey pudiera dictar lo contrario, reconoció a los Usureros prestamistas y a los Maestros constructores, el derecho a ser indemnizados con 140 millones de maravedíes, caso de que tal ocurriera.

Y de esta guisa, el Conde Wendulain, la Corona, los Maestros constructores y los Usureros prestamistas, vieron a salvo su negocio.

Y Colorín Colorado… ¡este cuento se ha acabado!

Y… ¿Qué ganaron sus vasallos?…

Y… ¿Que hará el Príncipe heredero cuando sea Rey?…

(Nota de la autora: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia…)

Gehiago