El lado oscuro de los Sanfermines

2014-ko uztailak 11

Trabajo. Estos días son el alivio de cientos de trabajadores. Siempre lo han sido. Hemos vivido épocas en la que el sueldo de Sanfermines estaba razonablemente bien; ahora, eso sí, sin contrato. En ese sentido, una de las características del trabajo en los Sanfermines es la precariedad. En la hostelería se ha pasado de cobrar 21 euros, 18, 15 y 10 euros la hora, a cobrar hasta 4 y 5 euros la hora en la actualidad, lo que supone un abuso ante la afluencia de curriculums de la gente que se ha quedado en paro o espera poder sacarse un sueldo para salir al paso. La nómina de los trabajadores de limpieza también deja mucho que desear. Cuando quiera es hora de una inspección de todo esto.

Agresiones. Este año por fin muchos agentes sociales han coincidido en que había que poner freno al tema del machismo durante las fiestas. No obstante hay otros elementos igualmente machistas como es el que se desprende de los discursos taurinos del “tenerlos bien puestos”. Por otra parte, las agresiones no son solamente sexistas como ya han denunciado algunos colectivos. Las agresiones xenófobas también campean a sus anchas por la ciudad. En numerosas ocasiones hemos visto a municipales persiguiendo africanos e incluso desalojándolos de manera violenta de determinados sitios. Los sin papeles, o con ellos, tienen tanto derecho a sacarse la vida como puedan en Sanfermines. Cuando quiera es hora de una campaña especial con respecto a la cuestión.

La moralina y la moralidad. Cuando no hay consentimiento para el contacto sensual y sexual esas prácticas son a todas luces inmorales. El desnudo, la libertad sexual, la proclamación de la sexualidad libre, consentida y liberadora es, para algunos, totalmente moral. Los PETAs son criticados porque su desnudo es visto por menores, una moralina conservadora propia de la educación católica ultramontana de Navarra. Las camisetas mojadas, los torsos desnudos, las manifestaciones eróticas y el arco iris sexual no cuadran con las correctas formas de la moralina gris autóctona. Lo constreñido, rancio y pacato de una catarsis sometida mira mal lo libertario, libertino y liberador de una catarsis a secas. De esta manera se aplicó la censura política y católica en 1987 con aquel sano y divertido cartel: “En Pamplona, san condón, que funcione la prevención”, donde San Fermín sostenía un bonito preservativo. Vamos: que ni firmo contra The Hole, ni contra las Tres Gracias, ni contra Cristo desnudo al natural.

Lo taurino. Esta fiesta tiene en el binomio encierro-corridas uno de sus reclamos comerciales y turísticos clave. Para mucha gente, de fuera y de dentro, divertirse a costa del maltrato a los animales es una aberración. Los encierros txikis como escuela taurina, los “Toros en familia” (enseñar a los niños que torturar a los animales es un arte) y cosas así esconden un debate sobre nuestra relación con la naturaleza. Se esconde en primer lugar a los niños y niñas: se acoraza su sensibilidad haciéndoles indiferentes y sordos al sufrimiento animal. Lo taurino tiene, como se ha dicho, otros elementos negativos como sus componentes machistas y otros simbólicos asociados al nacionalismo español frente a la diversidad política, pues se trata de una “fiesta nacional” de identificación ideológica. La Iglesia Católica, además, comercia con el negocio de la tortura por medio de la Meca en nombre de la tercera edad y su instrumentalización. El viaje del maltrato hasta la plaza se inicia precisamente con el cántico al patrón cristiano, un ritual católico de protección, para contento de Roma.

Medioambiente. La política del Ayuntamiento y la Mancomunidad de mezclar todas las basuras hace que las fiestas sean insostenibles medioambientalmente. Hablamos de la basura que generan 2 millones de personas, o más, concentradas en poco espacio. Esta cuestión, como ya sabemos gracias a las ciencias del medio ambiente, es grave. A corto, medio y largo plazo es algo que pagaremos en Pamplona y, sin duda, algo que pagamos negativamente a nivel global. Por otra parte el planteamiento de limpieza y unas nóminas bajas hace que los lugares institucionales y sus alrededores se limpien concienzudamente, mientras que hay zonas marginadas y negras en el Casco Viejo a las que se les da un fregado más o menos, para disgusto del vecindario. El Casco Viejo paga por la fiesta un precio que no revierte en la mayoría de sus vecinos y vecinas. Comentar el derroche de vasos de plástico y la nulidad de la iniciativa institucional y comercial en este sentido.

Las drogas de la fiesta. Sanfermines es la fiesta del alcohol, pero también del resto de las drogas ilegales oficialmente ya “normales” en la economía  del PIB. Las campañas policiales de incautación de marihuana,  hachís u otras drogas insisten en la hipocresía política. Todos los estimulantes deberían ser legales, como el alcohol o el café, y contar con campañas de concienciación más acordes con la realidad de la fiesta.

Lo popular. Como todos sabemos el Ayuntamiento trata de boicotear y anular todo aquello que nace de la espontaneidad y la organización social que no somete. Su patrimonialización del espacio público es incompatible con unas fiestas para todos y para todas. Podrían citarse aquí varios y significativos ejemplos de la folck-fobia institucional por todos conocidos. La marginalización de la cultura vasca en los grandes espectáculos es uno de ellos. Otro: la peregrina idea de privatizar la comparsa, que como se decía en el homenaje a Germán Rodríguez, son los únicos monarcas que bailan al son del pueblo.

Lo político. Estos elementos y otros vinculados a las identidades étnicas, políticas o ideológicas colisionan en la fiesta; como no podía ser menos. La corrupción legal, judicial o ilegal, como ustedes quieran, tiene a la gente lo suficientemente contenta como para que suceda lo ocurrido en la Curia. Una reunión que no entraba dentro de la campaña controlada de “el alcalde te escucha”. La política de las castas aleja la convivencia de unos días de relax para todos y para todos. Los mensajes del no pasa nada a los votantes fieles no casan con lo que ya todo el mundo puede ver en la propia calle, donde las tergiversaciones mediáticas desaparecen. Se quiere dar una imagen institucional de seguridad en los Sanfermines y, tal vez, haya sido así con la campaña contra las agresiones sexistas (en gran medida gracias a la iniciativa social), pero se oscurece con las actuaciones policiales más políticas. Una cosa es la imagen de seguridad, y, otra muy distinta, la imagen de represividad en un entorno lúdico, que es lo que prevalece y la única que saben dar en los momentos más representativos de la fiesta. Esto parece ser producto del estilo de mando del generalísimo que así les mande y la obediencia de sus leales. La ciudad necesita más mediadores y negociadores, y menos represores.

 

Gehiago