En torno a la violencia y a los sucesos del domingo en Iruñea

Jose Barinagarrementeria

2017-ko martxoak 14

Más o menos hace trece años (yo tenía 17)
desalojaron el antiguo gaztetxe de Barañain, un pueblo que está pegado a
Iruñea. Un día después, fui con algunos amigos de Beasain a la manifestación en
protesta por el desalojo. Llegamos tarde y ya había pasado algo, la policía
había cargado y había dispersado la manifestación antes de empezar.

Aparcamos el coche y sólo veinte pasos
después, una cuadrilla de antidisturbios nos dio el alto. Debido al estado de
nervios en el que estábamos, a nuestra falta de experiencia y al puro miedo (no
es casual, esos hombres así vestidos aterran, tapados y armados, policías de
combate que también buscan la intimidación con su aspecto) algunos salimos
corriendo. Acabábamos de aparcar, no habíamos hecho absolutamente nada, ni
gritamos ninguna consigna ni pusimos ninguna pegatina en la pared. Pero nos
dieron el alto por nuestra edad y quizá por la vestimenta.

A los que se quedaron los pusieron contra la
pared. Los cachearon y los interrogaron, mientras les daban porrazos en las piernas.
No habían hecho nada. Otros dos amigos y yo, a menos de cien metros, les
increpábamos. Les llamamos cabrones y les gritamos que les dejaran en paz.
También, recuerdo, que les enseñamos el culo.

En menos de un minuto estábamos rodeados, las
furgonetas antidisturbios aparecieron de la nada. De los tres que huimos, uno
logró esconderse, a los otros dos nos cogieron. A mí me persiguieron unos
doscientos metros, cuando ya vi que tenía al antidisturbio encima y no podía
correr más, alcé los brazos y dije “Vale, vale, vale, vale…”, es decir, acepté
que me cogieran.

Con el impulso de la carrera y con todas sus
fuerzas recibí el primer porrazo que me tiró al suelo (yo era bastante flaco), después de eso y en el suelo recibí la mayor
somanta de hostias que he recibido en mi vida, entre tres policías, luego más
(evitaron la cabeza), cuando ya estaba encogido suplicando por favor que
pararan, me levantaron de un agarrón. Entonces iban llegando más policías. El
primero que llegó sin mediar palabra me dio un puñetazo que me volvió a tirar
al suelo. Me volvieron a levantar y llegaba otro: “¿qué me has llamado?, ¿qué
me has llamado a mí?” y se quitó el guante para darme una tremenda bofetada. Me
llevaron de los pelos hasta la furgoneta, sobre la que me pusieron con los
brazos en la nuca, todo el rato me estiraban de los pelos, de las patillas, y
me separaban las piernas a base de más porrazos. Allí me identificaron y me
preguntaron si era de “gestoras”. Yo estaba alucinando y ni siquiera sabía de
qué hablaban. Oía que un policía sugería a otro que me metieran dentro del
furgón para seguir pegándome. No sé si lo decía en serio o era simplemente para
aterrorizarme. Mientras tanto provocaban una cola de una decena de coches
detrás, es decir, actuaban con total impunidad.

Luego me dejaron marchar, quizá porque ante
una hipotética detención y juicio, mi relato (de un menor de edad) podría
resultar creíble ante un juez, no lo sé. Apenas podía caminar. Al día siguiente
tenía la mitad del cuerpo: culo, espalda, piernas… absolutamente doloridos y de
color morado. Mi amigo que era algo más corpulento llego al rato exactamente
igual, supongo que la paliza había sido parecida, a él, además, le cortaron las
rastas del pelo con unas tijeras.

Sé que los ejemplos de la represión política
pueden ser mucho más graves que este episodio: colectivos ilegalizados,
encarcelamientos políticos, torturas, muertes, etc. Pero esto lo cuento ahora
porque existe un nexo con los sucesos de la manifestación contra la represión
del domingo en Iruñea: los policías eran los mismos. Creo que hay un debate
detrás sobre la libertad de manifestación y la violencia. Los policías que
cargaron a porrazos y con peloteras (como las que mataron a Iñigo Cabacas) son la
misma gente, nada ha cambiado.

Es por eso, que al escuchar las declaraciones
de EH Bildu y del alcalde de Iruñea en relación a la manifestación contra la
represión del domingo, me entristezco y me hago preguntas. Sinceramente no creo
que ese partido y esos políticos estén en contra de la violencia (como lo he
estado yo siempre). Creo, simplemente, que están en contra de cualquier hecho
que pueda poner en peligro su número de votos y su cuota de poder en las
instituciones. Es decir, no están en contra de la violencia, sino que están en
contra de las manifestaciones políticas, de la expresión popular del
descontento, de ese sector de la izquierda vasca que no acata el dirigismo y una
estrategia adoptada que, repito, no es una estrategia contraria a la violencia,
sino una estrategia de asimilación del descontento y de una parte de nuestra
historia para rentabilizarlo en forma de poder dentro de las instituciones
elitistas de la burguesía.

Hoy más que nunca siento asco y pena, no por
el abandono de la violencia, sino por el abandono de unas ideas que creo que
son justas, que son el motor de un cambio que nos podría llevar a una sociedad
donde las relaciones sociales sean igualitarias, y por el abandono de los y las
jóvenes que las practican, no con las armas, sino con el cerebro y con el
corazón. EH Bildu, sois unos hipócritas y jamás contaréis con mi voto, sólo con
todo mi desprecio.

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