Horas extras y paro, el escándalo está servido

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Un millón setecientas mil, 1.700.000 horas extras, equivalentes a más de mil, 1.000, puestos de trabajo a jornada completa, son las realizadas en Navarra durante el año 2015, tercer año en sucesivo crecimiento. Es noticia aparecida hoy, 3 de abril. Seguramente son muchas más las no declaradas ni controladas.
En las encuestas de opinión pública el paro aparece como el principal problema social, en la práctica no parece preocuparnos tanto. Es parte de una especie de cinismo en el que estamos instalados, que distancia lo que pensamos y lo que decimos de lo que hacemos, con responsabilidades personales y sociales: nos preocupa el paro, pero nada estamos dispuestos a hacer para atajarlo. Nuestra preocupación es débil e inoperante, lo que realmente nos mueve son otras cosas.
Es cierto que todo puede explicarse y, de paso, justificarse. Las responsabilidades personales se explican por estar motivadas por la precariedad y el miedo, porque muchos de los salarios son a todas luces insuficientes, pero… solo son algunos casos, otros mucho no tienen justificación fuera del egoísmo individualista, y son los que abren el camino para que las primeras sean casi obligatorias. Por parte de la empresa hay razones de situaciones imprevistas, de falta de capacidad organizativa… pero saben que las horas extras sirven para mantener “satisfecha” a una plantilla incluso con condiciones laborales deficientes; aunque costosas le son terriblemente útiles. Y es una estrategia a la que el sindicalismo y la falta de conciencia solidaria de los trabajadores, salvo honrosas excepciones, se adapta con excesiva facilidad. Lo de la Administración, siendo la encargada de gestionar lo común, es más grave si cabe: ¿por qué no se endurece la legislación al respecto?, ¿por qué Inspección de Trabajo no actúa de oficio y con mayor contundencia? Inexplicable si no fuera por la sumisión del poder público al económico y porque los criterios de gestión privada han invadido hace tiempo la gestión pública.
El paro y las horas extras, mucho más la combinación de ambos, son aspectos de la derrota y el fracaso del sindicalismo y de cualquier propuesta de carácter mínimamente social. Un fracaso que, por la facilidad con la que a él nos adaptamos por activa o por pasiva, indica que no es solo un problema social sino que hunde sus raíces en alguna falla grave de la propia condición humana.
Cuando la “crisis” tendría que conducirnos a una sociedad más igualitaria, reduciendo de lo superfluo y atendiendo a lo básico; cuando el elevadísimo paro tendría que obligarnos a adoptar, personal y socialmente, propuestas de reparto del empleo…, la dirección en la que avanzamos es la exactamente contraria. Algo va mal, quizás todo, y también quizás aún cabe la posibilidad de enmendarnos la plana, no cabe otra.

Gehiago