Su alfombra roja para la Troika
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En 1984, el puente de Deusto se convirtió en el escenario de una batalla que enfrentó a los trabajadores de los astilleros de Euskalduna contra la reconversión a fuego del gobierno de Felipe González. El pueblo trabajador contra la clase dominante, tirachinas contra pistolas. Treinta años después, la misma orilla de la ría de Bilbao que conoció aquel episodio memorable de dignidad obrera, pondrá esta vez paisaje a la vergüenza. Treinta años han pasado, y el gobierno español volverá a sacar a la calle a la policía, convertida como siempre en agencia de seguridad privada para los poderosos.
El 3 de marzo, el gobierno de Mariano Rajoy abrirá las puertas del museo Guggenheim a los mismos banqueros, empresarios y políticos que han perpetrado el mayor robo que han conocido las clases populares de Europa, aquellos que día a día devastan nuestros derechos y nos empobrecen, aquellos que han usurpado la soberanía de los pueblos y han llenado de sangre el mundo entero, los mismos que han hecho de la corrupción un arte y de la democracia una farsa, que han practicado y siguen practicando un expolio sistemático para seguir manteniendo un orden bipolar en el que unos pocos están arriba y la mayoría estamos abajo.
Pasen y vean la nómina de invitados: un Borbón en horas bajas dará la bienvenida; llegarán tijera en mano Rajoy, Guindos, Soria y Urkullu; alfombra roja para Lagarde y su FMI de tradición cleptómana y golpista; Dijsselbloem, Rehn, Gucht y Almunia demostrarán de qué pasta está hecha la doctrina de la austeridad europea; y no faltarán los banqueros y empresarios de la marca España que se duchan con grifo de oro en plena crisis, se llamen González, Isla, Lladó, Sendagorta o Alierta o Sánchez Galán.
Vienen a por todas. A seguir trasvasando millones de euros de las clases populares a los bancos privados para hacernos cobrar una deuda que no es nuestra. Vienen a entregar nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones y nuestras prestaciones sociales a manos privadas. Vienen a arrancarnos de nuestros puestos de trabajo, a sacarnos de nuestras casas a golpe de desahucio bancario, a exigirnos sumisión y obediencia bajo amenaza de carga policial y comisaría, muy propio de un estado policial que otro 3 de marzo asesinó impunemente a cinco trabajadores en Euskal Herria, y que 38 años después pretende acallarnos para que la alta alcurnia pueda seguir diseñando tranquilamente, y ajenos a la realidad de las personas, su estrategia con dirigentes políticos sumisos a sus intereses perversos. Son los mismos que se erigen gobernantes sin que nadie los haya votado. Los mismos que han creado una Unión Europea completamente ajena a las urnas y empeñada en el saqueo de los pueblos del sur del continente. Los mismos que no tienen empacho en modificar en unos pocos días su sagrada Constitución para saciar la voracidad bancaria.
Vamos a decirlo sin tapujos: su existencia es nuestra ruina. Y vamos a decirlo en la calle, esa calle que no se atreven a pisar porque lejos de su despacho encuerado nadie los quiere. Que se vayan, porque no queremos siglas de poder económico y político que no representan a nadie. Que no queremos pagar su deuda, que es su crisis y no la nuestra. Que es el pueblo quien debe controlar a los bancos y no los bancos al pueblo, que los bancos deben regresar al control popular y no a la lógica especulativa de las élites financieras. Que rechazamos su dictadura de clase, su timocracia de cuentas suizas y paraísos fiscales. Que nuestro camino lo decidirán libremente los hombres y las mujeres de Euskal Herria. Que la democracia nace del pueblo y para el pueblo, y que los pueblos de Europa seremos soberanos pese a ellos.
Se lo vamos a decir como pueblo y en la calle, como hicieron las gentes que hace ahora treinta años levantaron sus barricadas en el puente de Deusto para defendernos de los de arriba, y para dejarnos una valiosa lección histórica: si no se cansan de robarnos, no nos cansaremos de luchar.